José María Leiva Leiva
En nuestra reunión semanal de crecimiento espiritual, se abordaron varios temas relacionados con la FE y la celebración de la Semana Santa. Así, uno de los hermanos compartió el siguiente relato de autor desconocido: En una ocasión le preguntaron a la barra de acero, si era la más fuerte del mundo. Y ella respondió: ¡No!, porque es el fuego. Porque a mí me derrite. Le preguntaron al fuego si era el más fuerte del mundo, y el fuego dijo: ¡No! Es el agua, porque a mí me apaga.
Entonces, le preguntaron al agua si era la más fuerte del mundo y el agua dijo ¡No! Es el sol porque a mí evapora. Así que le preguntaron al sol si era el más fuerte del mundo, y el sol dijo: ¡No! Es la nube porque cuando se pone delante de mí opaca mis rayos. Le preguntaron a la nube si era la más fuerte del mundo, y la nube dijo: ¡No! Es el viento, porque a mí cuando sopla me lleva de un lado hacia otro. Le preguntaron, entonces, al viento si era el más fuerte del mundo, y el viento respondió: ¡No! Es la montaña, porque cuando soplo y me encuentro con ella, me parte en dos.
Le preguntaron a la montaña, entonces, si era la más fuerte del mundo, y la montaña dijo: ¡No! Es el hombre, porque puede escalarme y con sus máquinas, me convierte en una planicie. Le preguntaron al hombre si era el más fuerte del mundo, y el hombre respondió: ¡No! Es la muerte, porque tiene la potestad de quitarnos la vida a quien sea. Le preguntaron, entonces, a la muerte si era la más fuerte del mundo, y la muerte dijo: en algún tiempo yo pensé que era la más fuerte… hace mucho tiempo ya le quité la vida a un hombre y a los tres días se levantó y salió caminando y se me escapó. Ése es el hombre más fuerte del mundo, y su nombre, su nombre es Jesucristo.
Y sobre este hecho, reflexionamos sobre el significado de la Semana Santa y sus días llamados “grandes”, manifestando que el amor ha vencido al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la oscuridad, y que no fueron los clavos lo que mantuvieron a Jesús en la cruz, fue su amor por nosotros… y aún nos ama, haciendo que nuestra existencia trascienda de este mundo… llamándonos a vivir con profundidad y esperanza dentro de un amor infinito que le da sentido a nuestra vida, creyendo en su poder y gloria.
Dicho esto, creemos que morir en la cruz no fue el fin, sino el comienzo. Y que Dios siempre nos da una oportunidad para volver a empezar, teniendo siempre presente que para ser guerrero tienes que ser valiente. Para ser valiente, tienes que ser fuerte. Para ser fuerte, tienes que tener fuerza. Para tener fuerza, tienes que tener fe. Para tener fe, tienes que tener a Dios, y quien tiene a Dios lo tiene todo. De su mano, los sueños se hacen realidad, las batallas se ganan, confía.
En este sentido, por fe creemos que, por encima de cualquier pronóstico, Dios puede hacer un milagro, pues es una fuerza que abraza y sostiene a todo aquel que confía y espera con paciencia la respuesta a su plegaria. Por ende, todo es posible si tienes fe. Esa fe que cura, que trae paz, que tranquiliza el corazón. Porque cuando se tiene fe, siempre hay un mañana lleno de bendiciones y posibilidades. ¿Pero todo tenemos que dejárselo a Dios? Bueno… habría que contemplar en determinadas circunstancias “dejar que Dios haga su trabajo, pero tú no dejes de hacer el tuyo”. Nunca dejes de hacer lo que te corresponda y esté a tu alcance.