Y ahora, ¿quién podrá defendernos?

Otto Martin Wolf

Entre los muchos recursos con que cuentan los políticos y, en general, los oradores públicos, están citar fuentes de gran prestigio.

Poner como ejemplo a Lincoln, Churchill, Einstein o Gandhi no sólo es una demostración de cultura, sino del respeto que líderes de esa talla le merecen a quien los cita.

Desde luego, también tiene que ver con el respeto que le merece al orador el público a quien se dirige.

Si se trata de un maestro frente a sus alumnos de tercer o cuarto grado de primaria, quizás sea una buena idea poner como ejemplo en una cita algunos de los personajes de la televisión infantil como los del magnífico programa “Plaza Sésamo” e, inclusive, la filosofía de Mickey Mouse o Bob Esponja.

Pero, cuando se trata de un asunto tan serio como las elecciones primarias para seleccionar los candidatos a la presidencia de la República y, en particular, el enredo que algunos interesados quisieron armar manipulando las urnas y retrasando más de lo concebible el inicio de la votación en los dos principales centros del país, la cosa es muy diferente.

El pueblo hondureño, que durante mucho tiempo disfrutó con las aventuras del Chapulín Colorado, maestro del humor blanco, merece mucho más que una de las frases de ese divertido personaje.

Estamos hablando de que estuvimos muy cerca de que funcionara una conspiración que pudo haber llevado al país al caos.

El jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas se dirigió al pueblo hondureño como lo haría Chespirito a su público, con su famosa expresión: “Se aprovechan de nuestra nobleza”.

Uno no puede menos que preguntarse: ¿Ese es el respeto que el pueblo hondureño le merece?

¿Tratarlo como lo hace el Chapulín Colorado con sus divertidos enemigos?

Uno esperaría que una persona en su alta posición haya leído lo suficiente, se haya preparado lo suficiente durante toda su carrera para saber cómo dirigirse al pueblo hondureño -su jefe- en circunstancias como las que enfrentó.

En una mesa de amigos, en una reunión social o de grupo se pueden utilizar refranes, frases y dichos populares, pero no cuando la democracia está en peligro, cuando Honduras se juega su futuro con la elección de su próximo mandatario y por un pelito se logró resolver (por el momento) una situación terriblemente caótica.

En ese caso las palabras tienen que ser muy bien escogidas, no se debe improvisar, es el momento de demostrar el grado de cultura de quien habla, su material de lectura y entretenimiento y, especialmente, el respeto que le merece su jefe: todo el pueblo hondureño.

Cantinflas, otro héroe popular tenía una frase que aplica en este caso, nada más hay que entender claramente cuando, dentro de los enredos que armaba al hablar, en una de sus películas dijo “¡Qué falta de ignorancia!”.

Una lección aprendida debe ser no tratar de hacer chistes o parecer simpático y menos campechano cuando las circunstancias son difíciles y los pronósticos aciagos.

¿Podemos entender que el futuro de Honduras y la vida de todos nosotros estaba pendiente de un hilo?

¿Cómo se debe abordar una situación en momentos como esos?

Supongamos que somos atacados por el ejército de otra nación, ¿cuál esperamos ser la actitud de quienes tienen a su cargo la defensa del país, su soberanía y la vida de todo el pueblo hondureño?

Algo así estaba sucediendo, sólo que el enemigo estaba dentro de nuestras fronteras, no se trataba de un ejército invasor, no al menos extranjero.

Es criterio general que lo ocurrido la noche de las elecciones fue una conspiración en gran escala para burlar la voluntad del pueblo y destruir el orden democrático en que la mayoría queremos vivir.

En momentos así es cuando se demuestra la madurez y, repito, sobre todo el respeto que merece el pueblo hondureño.

La responsabilidad por el enorme e injustificado retraso en el movimiento de las urnas cae, directamente, en los encargados por la Constitución de tal trabajo, son ellos los que tienen que rendir cuentas ante la Ley por su acción u omisión.

Buscar excusas cómicas, pretender ser inocentes o tratar de cargar la responsabilidad a otros indica, sin duda, que no estaban preparados para una situación así.

En cuanto a los conspiradores, porque no debe caber la menor duda que se trataba de una conspiración, afortunadamente el pueblo hondureño que no se rindió esa noche, que no se cansó de esperar y esperar hasta que pudo ejercer el voto a que tiene derecho y, al final, sí pudo decir con toda tranquilidad y hasta en tono jocoso… “No contaban con nuestra astucia”.

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