Lucem et Sensu: Catatonia

Julio Raudales*

Es casi natural, prácticamente está inserto en nuestro código genético: los seres humanos tenemos una inclinación natural a no ver y más bien a tratar de evadir el peligro. Esto nos lleva, por ende, a sobrestimar nuestras posibilidades de éxito, aunque esto implique comprometer nuestro futuro y el de los nuestros. No es una proposición antojadiza, lo dice el Nobel de Economía Daniel Kahneman en su último libro “La falsa ilusión del éxito”

Kahneman, un psicólogo reconocido como uno de los mayores aportantes al examen del comportamiento social en lo que va del siglo, sostiene que muchos de los grandes fracasos, tanto a nivel corporativo como en los Estados modernos, se explica por el sesgo falsamente optimista que los tomadores de decisiones asumen, principalmente en espera de que del azar o alguna fuerza externa superior promueva el éxito desde afuera.

Si lo que sostiene el Nobel es correcto, el caso hondureño pudiese ser una referencia adecuada para validar sus aseveraciones. Si hay algo que caracteriza el comportamiento social de nuestra sociedad es el mutismo, la parálisis y, sobre todo, la esperanza de que alguien de afuera vendrá en nuestro socorro ante los grandes retos que enfrentamos. ¡Bueno!, pues para bien o para mal, parece que las circunstancias nos obligarán a despertar de nuestro sueño para, finalmente, hacernos cargo de nuestro destino.

Hace apenas un lustro nos vimos, obligados por las circunstancias, a recluirnos y con ello, a paralizar la producción interna, tomar medidas que protegieran nuestras vidas y nos resguardaran como colectivo para evitar el colapso social provocado por la pandemia. Los lastres dejados por la enfermedad no se hicieron esperar: El desempleo incrementó fuertemente, casi todos los países del planeta vieron sus finanzas públicas quebrantadas, el nivel global de precios se disparó, la tasa de interés global se elevó tanto que quebrantó la inversión y afectó a los mercados de capitales. ¡En fin! era de esperarse un shock global, aunque transitorio que afectaría nuestras economías.

Pero en vez de tomar las medidas necesarias para evitar que las consecuencias del evento nos empobrecieran aún más, lo que hicimos fue mirar a un lado. Mientras en el resto del mundo los Estados delegaban los servicios en el sector privado, probadamente más eficaz para prestarlos y de esta forma aliviar el peso fiscal, acá nos dedicamos a profundizar en el afán subsidiario, caminando como siempre, en el sentido contrario a la lógica racional; mantuvimos las tasas de interés al mismo nivel que en la pandemia, provocando una desbandada de capitales que precarizó aún más nuestra posición externa.

Con estas condiciones, el desempleo y sub empleo no van a ceder, no habrá forma de hacer que el gasto público se concentre en la prestación de servicios inmanentes a la recuperación de largo plazo, como la mejora en la educación y la salud, tan deterioradas después del percance. En otras palabras, seguimos como si nada hubiese pasado y no hemos sido capaces de entender los tiempos.

Por si todo lo anterior fuera poco, las cosas han cambiado tanto en tan poco tiempo, que parece que hasta hemos cambiado de dimensión y vivimos en una realidad alternativa: Las democracias liberales se tornaron, de pronto, en autoritarismos más parecidos a los que existían hace dos siglos, la tierra cayó en manos de una pandilla de desquiciados narcisistas: Putin, Shi, Erdogan, Orban, Milei, Bukele, Maduro, Le pen, todos ellos comandados por la terrible dupla Musk-Trump, parecieran la versión 2.0 de “1984”, la icónica distopía orwelliana. Por izquierda y derecha, no hay por donde pasar.

Pero las autoridades hondureñas continúan impávidas frente a lo que cada nuevo día parece inevitable: La marcha del mundo hacia una deriva apocalíptica. “Que vengan de regreso los migrantes, que la inversión, y por lo tanto las fuentes de trabajo, se concentren en lugares cuyos Estados comprendan que estamos en la era del conocimiento, que ahora más que nunca ha quedado claro cuál debe ser el rol del gobierno en la economía” Pero nada parece sacar a los políticos de su estado catatónico; ahí nos arreglamos cuando Trump los nade de regreso, ¡que se hunda el mundo, nosotros estamos en campaña!

Ojalá y quienes pretenden gobernar esta pequeña patria entiendan que la racionalidad consiste fundamentalmente en despojarse de prejuicios, entender que la realidad es cambiante y que en el universo sobreviven y triunfan quienes tienen la agudeza y el ánimo cambiar y adaptarse.

*Rector de la Universidad José Cecilio del Valle.

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