Héctor A. Martínez (Sociólogo)
El “socialista” y antiimperialista Daniel Ortega Saavedra y su consorte, la esotérica poetisa Rosario Murillo Zambrana, forman parte de la galería de los dictadores absolutos del siglo XXI. El reconocimiento es más que merecido: aparte de Vladimir Putin, Kim Jong -un y Alexander Lukashenko, que apenas tiene 30 años en el poder, América Latina puede reconocer en la pareja el privilegio de contar con el único binomio cuadrado perfecto que gobierna en el mundo.
Daniel Ortega & Cía., para que nos entendamos bien, son género y especie de la vieja taxonomía dictatorial latinoamericana; descendientes directos del mismo tronco filogenético del estalinismo absolutista y con un nivel de mando más elevado, incluso, que el duplo formado por Perón-Duarte y Kirchner-Fernández. Debemos reconocerlo.
Pero no ha resultado fácil llegar a la cima. Si bien su germen se remonta al año en que la Revolución sandinista depuso al dictador Anastasio Somoza, la verdad es que el recorrido ha sido muy dificultoso, lleno de trampas palaciegas y de enemigos, a cual más pérfido, pero a todos los han sabido poner en su sitio, así se trate de reaccionarios oligárquicos o de revolucionarios conspiradores, como Sergio Ramírez.
Como todo buen izquierdista que en su mocedad le apuesta a un mundo de rosados porvenires, Daniel Ortega comenzó su carrera hacia el poder calculando posibilidades, aprovechando cada resquicio que la política le ofrecía, replegándose a veces, apostando al desgaste del enemigo o tejiendo alianzas con este.
Por alguna razón, sin embargo, las ganancias revolucionarias no se esparcieron hasta el pueblo, sino que se quedaron en las cuentas personales de la pareja. No puede ser de otra manera si uno es incapaz para fomentar el bienestar social, al tiempo que pretende salir en la portada de “Fortune” como los 500 más ricos y famosos. “El hombre nace bueno –dijo Rousseau–, pero la humanidad lo corrompe”. Progresismo puro.
Hoy día, el alcance de los objetivos matrimoniales no tiene fin ni frontera. Diríamos, en términos fascistas o en palabras de Luis XIV, que ellos son el Estado y los intérpretes únicos y supremos de las necesidades del pueblo. “Todo dentro del Estado, nada fuera ni en contra del Estado”. El que rompa este axioma, es desterrado o va directo a “El Chipote”.
Pero no todo es malo por aquellas comarcas. La ventaja competitiva del país, aparte de los buenos habanos, es la seguridad que brinda Ortega a los inversionistas extranjeros, ya sea en términos de control sobre los molestos sindicatos y delincuentes, y ser el paraíso de los bandidos políticos de la región que son buscados por la justicia de sus países de origen.
Aprendamos algunas lecciones antes del cierre. Una, que las dictaduras llegan por dejadez, inconsciencia e ingenuidad de las élites conservadoras y de la sociedad civil. Dos, que las promesas de un socialismo justiciero y de un retador antiimperialismo son solo excusas para enriquecerse, a falta de un credo pragmáticamente sostenible. Tres: que una vez entronizada una dictadura no hay oposición, quitamanchas ni superhéroe que la remueva. Solo les queda a los perdedores alistar maletas hacia Miami o, en su defecto, quedarse y callarse.
Lamentablemente, quinta: las dictaduras socialistas y personalizadas, como las de Daniel Ortega & Cía., operan como atalayas infranqueables; no hay ONU que valga un carajo. Solo una patología terminal puede acabar con esa virulencia que está contaminando las democracias en todo el mundo.