Lorenza Durón
Cuando se depende de otros para abastecernos de energía eléctrica y potencia mecánica no hay soberanía. Se está a merced de un neurótico mercado que se resiente, se resiste o se ensancha en calenturas ajenas por pleitos en otros lares. Es una tragedia la nuestra ser país altamente vulnerable a las inclemencias de clima por falta de infraestructura y otros males culturales del subdesarrollo. No hay proyecto de energía que supere fácilmente la burocracia, las barreras a la seguridad jurídica, la estabilidad de su inversión y no digamos los múltiples “peajes” que se encuentran en el camino. Luego nos venden millonarios proyectos de esa energía especial que llaman sostenible, esa que los países desarrollados se ufanan de promover mientras se desindustrializan, lentamente empobreciendo a sus poblaciones.
España ha estado cerrando sus centrales nucleares porque [razones]. Detonado el acceso que tenía Alemania a un gaseoducto que provee gas a precios razonables, voluntariamente ha cerrado otro acceso a ese gas más barato, por lo que si no apuesta al no-muy-limpio carbón, se muere de frío. Pero la Francia, sabia, astuta y calladita conserva sus magníficas plantas de energía nuclear, asegurando el abastecimiento limpio y con cada vez menos desperdicios.
En un esfuerzo por garantizar una energía fiable y sostenible, varios países incluidas las potencias petroleras anfitrionas de la última COP, están impulsando innovaciones como la energía nuclear de cuarta generación con reactores modulares pequeños. China planifica la construcción de 150 reactores para el 2035, Reino Unido corre para alcanzar 24GW y Estados Unidos 300 GW, ambas de capacidad nuclear para el 2050. Sin embargo, el costo de la energía nuclear ha crecido por regulaciones estrictas, influenciadas por temores a accidentes, lo que lleva a inspecciones detalladas que a menudo requieren ajustes costosos durante la construcción.
Como hay gente que aún cree que energía nuclear es lo mismo que una bomba atómica lista para explotar en el patio trasero, la energía con torio y sus reactores de sales fundidas ofrecen una opción tan segura y estable que hasta los habitantes de estos pintorescos paisajes de la periferia podremos dormir tranquilos y esperar un ‘¡boom!’ económico, cumpliendo los mandamientos de la iglesia del cambio climático sin empobrecernos.
Este debe ser el norte de nuestras agendas políticas, lo demás roba vatios a las vidas del angustiado ciudadano, a la confianza que es amalgama del tejido social.