Kairós como testimonio cultural: El extraño caso de un expresidente que lee… y además escribe

Por:  Jairo Núñez

Honduras, este pedazo de tierra que amamos, es también un país donde, según un estudio realizado por MacroDato en 2023, un hondureño lee en promedio apenas dos libros al año. A nivel universitario —excluyendo los textos académicos obligatorios— el promedio apenas alcanza los diez libros por año, y de esos, solo el 10 % corresponde a obras de no ficción. En este contexto, ningún político reconocido manifiesta hábito de lectura, y mucho menos un expresidente. Es más, una vez escuché decir a un político que leer “es malo porque los escritos son muy fantasiosos”.

Hay libros que se leen. Hay otros que se viven. Y existen raros, muy escasos, que se convierten en un espejo retrovisor de la conciencia nacional. Kairós, del expresidente Carlos Roberto Flores Facussé, no es solo una obra literaria. Es, en esencia, un acto de libertad. Una transgresión luminosa a las reglas del retiro político. Es también un gesto de fe en la palabra, una resurrección del tiempo, ese «kairós» griego que alude al instante oportuno y al momento sagrado

¿Cuántos expresidentes de América Latina escriben libros por placer? Muy pocos. ¿Y cuántos lo hacen bien? Aún menos. En este continente de memorias de guerra, discursos huecos y autobiografías políticamente correctas, Carlos Flores destaca como un relámpago inusual. Kairós es la confirmación de una gracia poco habitual: la de un líder que no solo ha leído, sino que ha pensado; y no solo ha pensado, sino que ahora escribe.

Desde la primera página, donde un perro de mirada sabia —símbolo de fidelidad y misterio— nos observa desde una ilustración dibujada con amor, hasta el índice que mezcla elegías, cuentos y editoriales, el lector siente que está ante algo íntimo y colectivo a la vez. Una ofrenda personal convertida en testimonio público. El expresidente no escribe desde el púlpito del poder, sino desde la humildad del escritor que se sabe aprendiz eterno de la vida.

En “La correspondencia” y “Monarcas”, sentimos la voz lúdica del abuelo que dialoga con sus nietos, entre ellos Carlitos —Carlos Eduardo Reina Flores (nombre completo para diferenciar y contribuir a la tesis que la inteligencia se hereda por el lado materno)—, prodigioso nieto que ha regalado a su familia su libro, Epístolas Gnósticas, prueba viva de que la herencia intelectual fluye con naturalidad en esa estirpe de estadistas letrados. Carlitos, que ya es autor, encarna la continuidad luminosa de una dinastía que ha decidido apostar no por la violencia ni la revancha, sino por los libros, por las ideas.

En los textos “¿No envejece?” y “En la boquilla”, el lector descubre el otro rostro de Carlos Flores: el cronista. No el de la noticia seca, sino el del recuerdo emotivo, el de la anécdota bien hilada, el que sabe que un periódico no es solo tinta y papel, sino memoria nacional. Allí, como una constante, aparece un personaje ficticio, el “Sisimite”. El Sisimite es el alter ego del expresidente, su doble mágico, su bufón sabio. En cada editorial diario —sí, diario, porque Carlos Flores escribe todos los días— el Sisimite asoma, ironiza, ríe, denuncia, reflexiona. Es una estrategia narrativa y también un acto de resistencia cultural. ¿No es acaso ese el deber del escritor: crear mitologías vivas?

Las secciones “Biogénesis” y “Amor propio” son piezas que rozan lo teológico, lo existencial. La voz se torna bíblica, y sin perder el rigor racional, se adentra en los misterios del alma, del lenguaje, de la ciencia. Y entonces uno comprende: Kairós no es un libro político, aunque esté escrito por un político.

Y es que Carlos Flores no busca escribir un tratado, ni una memoria de campaña. Lo suyo es más noble: contar historias, rescatar memorias, rendir tributo a la fe, a los animales, a los nietos, a los símbolos. Reivindica la crónica, el cuento, la epístola, el microrrelato. En una época de ruido y prisa, él nos invita al silencio y a la contemplación.

La literatura latinoamericana ha sido enriquecida por presidentes que escriben —pienso en Valle y en Bolívar—, pero en nuestro tiempo presente, Carlos Flores Facussé es una excepción admirable. Kairós no solo nos conmueve: nos reconcilia. Nos recuerda que el poder no tiene que ser enemigo de la sensibilidad. Que se puede gobernar con firmeza y escribir con dulzura.

Termino esta reseña con una gratitud personal. Gracias, presidente Flores, por regalarnos este libro. Gracias por las anécdotas de la bella Princesa Sofía. Gracias por el Sisimite que nos habla desde el fondo de la selva y de la página. Gracias por Carlitos, esa promesa que ya florece. Y gracias, sobre todo, por recordarnos que todavía hay tiempo para la belleza, para la memoria y para la verdad.

Kairós es, en efecto, un milagro del tiempo.

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