Julio Raudales*
Cuando no se le estudia y no se comprende su comportamiento y cuando no se respetan sus leyes, el mercado es implacable y cruel en sus reacciones y efectos sobre la sociedad. No tiene lealtades ni simpatías políticas; ¡el mercado sencillamente es!
Estando en la playa, se me ocurrió semejarlo al mar ¡Que útil y generoso es el mar cuando se le respeta, se le estudia y se conoce su forma de comportarse; pero que implacable puede ser con los torpes atrevidos que desconocen sus fuerzas!
La diferencia está quizás, en que el mar castiga solo al intrépido que lo desafía, sin mayores costos para los demás; mientras que la intervención inepta de un gobierno en los mercados puede beneficiarle en las próximas elecciones, en tanto que su costo recae en la población gobernada por él.
Lástima que, en Honduras, la intervención del Estado en los mercados recae siempre sobre personas obtusas, cuyo accionar no está guiado por la racionalidad científica, sino por motivaciones viscerales, generalmente asociadas a la “caza” de votos o a la aprobación mediática.
Ahora que está por comenzar la campaña electoral, es posible que los irresponsables de siempre se engolosinen con propuestas locas con el afán de quedar bien con los votantes y comenzar así la danza de “ideas” que envilecen la correcta asignación de los recursos que el mercado establece.
No tardan estos “politicastros” en llenar la agenda legislativa y las propuestas de decretos ejecutivos con iniciativas como aumentar el salario mínimo, congelar los precios de la canasta alimenticia o determinar de manera artificiosa la tasa de interés de las tarjetas de crédito.
¿Acaso es tan difícil entender que un producto -como el tajo de res, por ejemplo- no es un bien aislado, sino el resultado de una complejísima red de producción en la que no solo interactúa el dueño de la vaca, sino que también cuentan las técnicas para su sacrificio y destace, el transporte y con ello el combustible, el vehículo, el pago del chofer, el valor del alquiler del sitio donde se pondrá a la venta y en fin… un largo etcétera?
No es desconfiar de las intenciones. Estas pueden ser loables y cargadas del deseo de que la mayoría de las familias hondureñas sean más prósperas y vivan cómodamente. Pero alguien en el Gobierno o en el Congreso, debe entender que la producción de una libra de filete de pescado o una lata de leche en polvo, por sí sola, requiere de la conjunción de miles de manos y mentes, cuyas familias igual se verán afectadas si sus costos son superiores al “precio congelado” y que, por tanto, en su interés de beneficiar a la mayoría, el gobierno más bien perjudicará a esa mayoría.
No importa si la medida es temporal o permanente, el daño a la producción, pero sobre todo a los pequeños empresarios y sobre todo a los consumidores será terrible y solo dejará en claro que no hay una agenda de políticas públicas destinadas a generar mejor calidad de vida.
Por supuesto que hay cosas que el Estado puede hacer para incentivar a que compradores y vendedores sean menos afectados por la problemática global que el país enfrenta: combatir los monopolios, facilitar información de precios, definir con claridad los derechos de propiedad y, sobre todo, recortar el gasto público innecesario, así como tener una política monetaria afín a incentivar la producción y evitar la pérdida de poder adquisitivo del dinero, pueden ayudar mucho a que este año electoral sea menos dañino para todos.
Las muchas experiencias negativas vividas -amargas y llenas de desencanto- ya nos muestran que no respetar las leyes del mercado solo perjudica el bienestar general. Basta recordar lo vivido en Argentina o Venezuela en los últimos 20 años, donde el accionar de políticos irresponsables solo generó pobreza y violencia social. Esto solo nos muestra que no todo lo que se hace con buena intención resulta positivo. ¿Por qué entonces la contumacia?
El mercado es inexorable como lo es el inmenso mar, pero no son el mercado y el mar los que deben acusarse de “crueles o malvados”; es la clase política que no tiene la valentía ni la inteligencia para entender el funcionamiento de la economía y actuar en consecuencia con ella y, por ende, condenar a este pobre país a perpetuar la miseria por la que nos han traído sus antecesores.
*Rector de la Universidad José Cecilio del Valle.