Mario E. Fumero
Se han planificado eventos para promover la inclusión de la ideología de género en centros culturales y educativos. Además, el gobierno parece estar manejando esta ideología tras bastidores, mientras que los movimientos LGBTQ buscan que sus ideas sean reconocidas con derechos jurídicos, civiles y sociales. Sin embargo, esto ha llevado a que el término “inclusión” sea utilizado para justificar una ideología basada en la percepción subjetiva de la identidad.
El concepto de inclusión hace referencia a la integración y participación de todas las personas en una sociedad, organización o grupo, sin discriminación y respetando sus diferencias. Discriminar significa negar derechos a alguien por su identidad, creencias o inclinaciones, lo cual es inaceptable. Cada persona tiene derecho a vivir su vida conforme a sus decisiones sin ser reprimida, marginada o rechazada. En este punto, estamos de acuerdo.
Sin embargo, una cosa es respetar las diferentes tendencias y percepciones personales, y otra muy distinta es convertir la inclusión en una política de Estado o en una ley que obligue a todos a aceptarla, aprobarla y promoverla.
La ideología de género se basa en la filosofía de la percepción, que sostiene que una persona tiene el derecho de identificarse como desee. Según esta perspectiva, un hombre puede sentirse mujer, una mujer puede sentirse hombre, un adulto puede identificarse como un niño, e incluso una persona puede verse a sí misma como un animal.
Estas ideas, que en el pasado eran consideradas trastornos de identidad, hoy se presentan como derechos de inclusión en algunos países. Esto plantea la pregunta: ¿hacia dónde nos lleva la promoción de esta ideología basada en la percepción subjetiva? La respuesta es clara: a la eliminación de los valores tradicionales que han sustentado la sociedad.
¿Es necesario que las tendencias íntimas y sexuales de las personas se conviertan en una promoción social o una imposición legal? El gobierno debe respaldar el sentir de la mayoría y garantizar derechos y protección a las minorías, sin imponer ideologías que contradigan la lógica y las leyes naturales.
El Estado no debería promover ni patrocinar estas tendencias, aunque sí debe respetar la diversidad de pensamiento. No se trata de discriminar a nadie por su identidad o percepción, sino de evitar que estas ideas se impongan como norma social absoluta.
Desde un punto de vista lógico, científico y bíblico, no es aceptable normalizar percepciones que contradigan la biología y la estructura social tradicional.
Los cristianos deben estar conscientes de sus valores y, al momento de elegir a sus líderes, considerar su postura respecto a los principios del cristianismo y la cultura hondureña.
La sociedad se fundamenta en la familia, una institución con valores concretos que deben ser defendidos y protegidos. Enfrentamos una invasión de ideas ajenas a nuestra identidad cultural, promovidas por fuerzas externas que buscan socavar estos valores.
Cada persona tiene derecho a percibirse como quiera, pero convertir la sociedad en un “manicomio” donde todo es relativo y donde el Estado actúa como su director es una amenaza para el orden moral y familiar.