“LEYENDO este artículo, –mensaje de la amiga jurista– y “saliéndome de la caja” pensaba que hay gente que se marea en lo parejo; y que la vida es una montaña rusa, donde a veces hasta de cabeza estamos, pero lo importante es no olvidar que los momentos de tranquilidad no son eternos y qué aburrido sería si lo fueran, y que los momentos de turbulencia pasan y a veces pasan pronto, pero requieren de autocontrol para no perderse en un instante”. “Las norias o ruedas de Chicago también nos ofrecen altibajos”. “Al estar arriba, todo parece glorioso y la perspectiva, aunque amplia, es lejana y no muestra los detalles que la hacen real”. “Al estar abajo, se corta la visión, la realidad es cercana y no siempre es agradable”. Ser consciente de que ambas visiones son necesarias es el “kit del asunto”. “Los carritos chocones muestran la personalidad de sus conductores, algunos buscan colisionar, mientras otros creen que esquivar el golpe es el chiste del juego”. “Y respecto al teatro, aquí también vemos, sobre todo en este año electoral, el arte dramático nos ha traído espectáculo de llantos, conspiraciones, celos y/o reclamos, disputas, alejamientos, reconciliaciones o manifestaciones de querer intentarlo, nuevos conflictos”. Nos preguntamos, ¿qué tanto de verdad hay en todo lo que mediáticamente se muestra?
“Con esto de las historias –mensaje del lector del colectivo, alusivo al comentario de Winston que “aquí en Tegucigalpa no hay nada que hacer los fines de semana”– recuerdo allá por los albores de la década de los años setentas, especialmente, los días domingos, salíamos con mi papá a comprar café para el lado de Cuyamel y ‘Tegucigalpita’». “Con un camioncito Isuzu, de 30 cargas, una pesa de machete, una cuña de madera (para estacionar el carro en pendientes muy empinadas), un lazo grueso, y una lata de las grandes de «manteca Clover», a la que se le había colocado un casquete de madera en los bordes superiores donde llevaba su tapadera, para fijarla y comprar café húmedo ‘lateado medido’». “Una pistola 38 Smith & Wesson revólver, de 5 cartuchos, y una cantidad de dinero en efectivo para la compra”. “No había de otras, solamente así era la cosa”. “Además nos acompañaba un empleado”. “Temprano a las 5 ya íbamos por la salida de Cortés”. “Luego la primera parada en un comedor que se encontraba en la entrada de Puerto Cortés, contiguo a la única gasolinera”. “Desayuno típico, huevos estrellados a la ranchera, frijoles molidos, plátano maduro, queso y mantequilla”. “De beber, café negro o con leche”. “Mi papá, no tomaba café puro, él lo pedía con leche y claro, yo también”. “José el trabajador, ese sí, dos pocillos se atravesaba”. “Luego a continuar el viaje”. “Llegábamos, comprábamos y almorzábamos en Cuyamel, a veces en otro comedor cercano o el cliente nos invitaba a comer en su casa, y ya como a las 4:30 de la tarde nos veníamos con el camión cargado”. “Hacíamos una parada a la orilla de la carretera a tomarnos un jugo de «cachaza» (jugo de caña, con hielo y limón)”. “Lo exprimían con un trapiche y lo colaban con un cedazo”. “Luego a San Pedro”. “Ya llegábamos a la «oración»; anocheciendo”. “El carro, «dormía» en la casa, cargado (en barrio Paz Barahona) y en la mañana, lo descargábamos en la bodega, que quedaba en barrio La Guardia”. “Un domingo bien productivo”.
(Ya aclaraste –entra el Sisimite– tu preferencia por lo autóctono, que a vos te gusta que te lleven a los pueblos a ver carreras de cinta. Toda esta trifulca arranca de una apreciación tuya que la ciudad adolece de sitios de esparcimiento, así que la gente, los fines de semana, agarra en procesión a las pupuseras a orillas de la carretera, a comer elotes. -Antes –ironiza Winston– de la era tecnológica que hizo de esos chunches hipnótico entretenimiento de los adictos, para muchos la compañía de un buen libro era suficiente pasatiempo. También estaba la ronda a El Obelisco a contratar músicos para ir a dar serenatas, a los billares, a los bares, al parque La Concordia a espantar palomas, al boliche, a los “drive in” y algunos al Country Club. Pero lo más natural del mundo era ver a los papás con sus retoños rodeando la pista de Toncontín, apostados en algún lugar estratégico, viendo aviones despegar y aterrizar).