Por: Héctor A. Martínez *
Lo que la mayoría de los medios de comunicación auguraba sería una verdadera fiesta cívica, terminó en una jornada teñida de dudas, retrasos y sospechas. Desde las denuncias de manipulación y los fallos logísticos en la distribución del material electoral, los hechos no hicieron más que confirmar los temores de una sociedad ya desgastada por la desconfianza hacia las instituciones que conforman el ecosistema político hondureño. Pese a las suspicacias cada vez más crecientes del electorado hacia los partidos políticos y los gobiernos, la gente se aprestó a depositar el voto abrigando la esperanza de un cambio verdadero en la conducción política del país.
Pero los cambios no llegan; al contrario: en los últimos siete años hemos experimentado un retroceso institucional y un desaliento ciudadano que debió verse reflejado en las primarias y que esperamos se concrete en las elecciones generales de noviembre, siguiendo los patrones cíclicos de agotamiento y renovación social y política. No puede ser de otra manera.
Una semana después, cuando aún no se ha escrutado el 100 % de las urnas, el resultado de las elecciones internas ha dejado un par de lecciones que son vitales para entender la precariedad del sistema político hondureño, a saber: una, que el proscenio partidista es coto de caza y comarca de élites económicas y de pequeños grupos de poder que flirtean con el partido en el Gobierno para ver cómo sobreviven previendo una posible derrota de la oposición.
Dos: que la institucionalidad electoral, que incluye a las Fuerzas Armadas como garantes de la custodia de las papeletas, está en la picota pública dada su dudosa ineficacia en el manejo de las urnas electorales del domingo 9 de marzo. Tres; que los partidos principales funcionan bajo un esquema jerárquico de selección VIP que garantiza el lanzamiento de ciertos actores, sin importar su impopularidad y esterilidad productiva, de modo que seguimos viendo caras que no gozan de la popularidad de los ciudadanos.
Cuatro. Pese a los escándalos de corrupción demostrados en videos viralizados, de los juzgamientos en la corte de Nueva York, de las triquiñuelas camerales y un largo etcétera de trampas y zancadillas, el volumen de votos acumulados por dos de los partidos en liza refleja una inconsistencia que atenta contra la lógica, el sentido común y la dignidad del electorado, hastiado de las mismas estafas de siempre. ¿Irracionalidad, ignorancia o una irregularidad que no podemos percibir en el aire electorero?
Cinco. Hasta donde vemos, el mensaje que deja el recuento de las votaciones es que el partido en el poder se perfila como el ganador de las elecciones generales, y no a causa de su capacidad conciliadora ni por la calidad de los servicios que ofrece el Estado en materia de seguridad ciudadana, educación y salud pública, sino por una bien montada estrategia nunca antes vista.
Seis. Que los resultados deberían ser motivo suficiente para que la inconsistente, debilitada e inculta derecha opositora, las organizaciones de la sociedad civil y gremios no contaminados consideren una posible coalición o una alianza política para las justas de noviembre, a riesgo de convertirse en un recuerdo en los años venideros.
Por último, que nuestra democracia es deficitaria y, tal como están las cosas, nos encaminamos a repetir los hechos de marzo del 2025. Que la sociedad civil debe permanecer vigilante para impedir que se repitan los vergonzosos hechos de Venezuela en julio del 2024.
*Sociólogo