Por: Guillermo Fiallos A.
Transcurrida más de una semana de los comicios sobre los que tanto se ha hablado y escrito, deseo referirme a esa borrasca electoral y las aciagas y, paradójicamente, afortunadas secuelas que nos ha dejado.
Pudiéramos condensar en 6 sustantivos, 2 adjetivos y 1 pronombre, lo ocurrido en las singulares y pasadas elecciones primarias.
Los sustantivos son: percepciones, verdades, helio, vaqueros, corrupción e institucionalidad. Los adjetivos calificativos: insólito e imperturbable; y el pronombre indefinido: nadie.
Una percepción, es una sensación interior que resulta de una impresión producida en los sentidos corporales. No siempre aquella, es una verdad; en cambio, esta, consiste en un juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.
En el pueblo hondureño han quedado, en constante ebullición, muchas percepciones y verdades; sin saber en ciertos casos, cuál es cuál. La culpabilidad de ese retraso perverso de las urnas y maletas electorales en llegar a su lugar de destino, ¿a quién se puede responsabilizar? ¿A los consejeros vestidos de traje y corbata y con blusas de seda, o a la cúpula con indumentaria de fatiga moteada? Como de costumbre, los causantes intelectuales de este abyecto delito, no se van a encontrar. No esperemos que el señor de la serpenteante justicia investigativa, nos presente tiburones blancos en su objetiva red de pescador; pues con suerte, develará unas cuantas sardinas escuálidas.
Las dos instituciones, protagonistas estelares de esta película “Honduwood”, de altísimo presupuesto, han quedado debilitadas, manchadas y desacreditadas no solo ante la opinión pública nacional e internacional; sino más grave, frente el estoico votante hondureño.
Lo sucedido el 9 de marzo, no fue producto del azar, sino, de una trama urdida por enemigos de la democracia. Ha quedado demostrada, la precaria institucionalidad del país y la poca credibilidad en los administradores, gendarmes y operadores logísticos del proceso electoral.
La corrupción, es decir, el deterioro de los valores, usos y costumbres, domina la endeble institucionalidad; violando, incesantemente, la Constitución de la República, pues ningún gobierno anterior y mucho menos el actual, la han respetado.
Ese domingo inolvidable, se vivieron escenas de pesadilla, cuando autobuses llenos de maletas electorales, estaban escondidos y estacionados, luego de diez o más horas de haber comenzado la votación y; posteriormente, eran perseguidos cual caporales del antiguo y lejano oeste, bajo el liderazgo de una joven funcionaria con un grupo de 13 intrépidos vaqueros; quienes detectaron la burda artimaña conspirativa, estructurada por antihéroes innombrables. Así, dio inicio el jaripeo. Los vaqueros trataban de lazar los buses rapiditos, como si se tratase de vacas y terneros que huían en veloz estampida.
Después del cierre, comenzó el conteo de los votos e hizo su aparición el elemento número 2 del grupo 18 de la Tabla Periódica: el helio. Por arte de magia, algunas urnas se inflaban y fluía un torrente de votos, más poderoso que las Cataratas de Pulhapanzak. ¡Quién va creer eso! Si el mejor auditor fue el pueblo, quien comprobó que hubo gran cantidad de ciertos recintos electorales vacíos; en los cuales el único movimiento que se apreciaba, era el de los activistas partidarios tratando de espantar a los zancudos.
Ahora toca el turno, de los dos adjetivos calificativos y el pronombre indefinido. El primero, es el ambiente insólito que experimentamos los hondureños, observadores extranjeros y propios. Esas escenas, ya detalladas, parecen inverosímiles en la civilidad del Siglo XXI; aunque son beneficiosas, pues ya estamos avisados para prever que no ocurran –en noviembre próximo–, fechorías similares o peores.
¡Es sorprendente que, aun con todas las irregularidades acontecidas, nadie, ha decidido cuestionar los resultados a nivel presidencial! La gente tiene la siguiente impresión: más que madurez política de los perdedores, ha prevalecido el sentido de supervivencia democrática; pues con todas y sus imperfecciones, la ciudadanía desea continuar viviendo en democracia y no bajo dictaduras.
Finalmente, el adjetivo imperturbable, quizá, más importante que todos los sustantivos, el otro adjetivo y el pronombre. La entereza imperturbable demostrada por los hondureños, ha sido ejemplar. Se ha dado cátedra de civismo y determinación.
Con la actitud de la ciudadanía, de esperar en orden y con paciencia franciscana, que llegaran las urnas y, luego, votar a tempranas horas de la madrugada, se torna imperativo rediseñar el lastimero eslogan de “elecciones tipo Honduras”; pues ahora la ecuación se reconfigura y surge un nuevo lema, que debe esparcirse por cielo, mar y tierra: “¡Votantes tipo Honduras!”.
¡Bravo compatriotas: nadie nos va robar nuestra libertad de elegir!
Mercadólogo, Periodista, Abogado, Pedagogo, Teólogo y Escritor
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