En un correo recibido en mi bandeja de entrada, leía detenidamente unas significativas reflexiones propias de la edad, que hoy he querido compartir con todos aquellos (as) que mediando o no calamidades de salud, estamos inmersos en este proceso evolutivo de la vida. Su letra destaca que uno de los grandes dones de envejecer es descubrir el exquisito arte de estar solo. Lo que solía ser un silencio incómodo ahora es un lujo. La casa es tranquila, puedo bailar o cantar en cualquier espacio del inmueble sin ser juzgado, o simplemente no hacer nada.
Aprendemos que nuestra mejor compañía somos nosotros mismos, un café, una buena película, y la libertad de ser, porque la soledad no es ausencia, es plenitud, y es tranquilidad. El arte de envejecer, es aprender a soltar, a dejar ir lo que pesa, lo que duele lo que nos resta paz. Con el tiempo aprendemos que no todo problema es tan grande, que no todo lo que antes quitaba el sueño, realmente importaba. Se trata de aprender a dejar de cargar con todo lo que no es nuestro, a no aferrarnos a lo que ya no suma, y a entender que algunas cosas simplemente tienen que quedarse en el pasado. Es importante priorizar, no dar tanta importancia a esas cosas, como lo que los demás piensan, a lo que dicen, a lo que opinan.
Aprendes a vivir para ti, a tomar decisiones sin estar esperando la aprobación de nadie, a soltar sin la necesidad de complacer a todo el mundo, y finalmente llega un punto en el que entiendes que no necesitas a tantas personas en tu vida. Antes te preocupabas si alguien se alejaba, si alguien no te llamaba, si alguien no estaba como tú esperabas, y ahora ya no, ahora finalmente entiendes que la gente viene y va, cada quien tiene su camino, que no puedes obligar a nadie a quedarse, y sobre todo aprendes que mientras tu estés bien contigo mismo, todo lo demás es secundario. Aprendes también a soltar rencores. Perdona, pero no por los demás, hazlo por ti, porque te mereces paz, porque te mereces soltar todo lo que te ata al pasado, porque te mereces seguir adelante sin cargas innecesarias.
Y entiende que la felicidad no está en el tener más cosas, en correr detrás de metas que no son tuyas, y llenar vacíos con lo que sea, la felicidad está en esa tranquilidad, en las cosas simples, en los momentos pequeños, esos que antes te pasaban desapercibidos, en una conversación, en la paz de saber que hiciste lo mejor que pudiste. Ya no vale la pena discutir por tonterías, no vale la pena gastar energía en problemas que mañana no van a importar. No vale la pena estar rodeado de personas que solo están cuando les conviene… ya no necesitas explicaciones, no necesitas dar razones del porqué te alejaste, de porqué cambiaste, de por qué ya no te interesa lo mismo de antes, vives a tú manera, sin preocuparte por lo que los demás esperan de ti. Importa vivir en paz y armonía contigo mismo y punto en boca. Eso es aprender vivir con sabiduría.
J.J. Pérez López.
Barrio El Manchén.
Tegucigalpa, M.D.C.