Abstencionismo, ¿El gran protagonista?

Elvia Elizabeth Gómez García*

El 9 de marzo se celebraron las elecciones primarias, en las cuales las tres grandes fuerzas políticas, hicieron un llamado a su militancia a nivel nacional, para definir quienes de los aspirantes de las corrientes internas de cada partido serán los que les representarán en las elecciones generales a celebrarse en el mes de noviembre próximo.

No hubo sorpresas en los seleccionados por el voto popular, ya se perfilaban según las encuestas de sondeo realizadas, quienes eran los ungidos para representar a los partidos para el cargo a presidente. Sin embargo, sí se dieron algunas sorpresas en la elección del resto de representantes, quedando fuera hasta el momento y según datos contabilizados por el Consejo Nacional Electoral, precandidatos a diputados, que actualmente ocupan un curul en el congreso y que recibieron el denominado ¨voto de castigo¨, que los ha dejado fuera de la contienda del mes de noviembre.

Pero, lo que realmente debe llamarnos a la reflexión, más allá de los acostumbrados análisis que se están desarrollando en los diferentes medios de comunicación, en donde muchos de los consultados se catalogan de expertos, pero solamente repiten lo que otros han dicho, es la baja participación en este primer proceso.

Según datos del Consejo Nacional Electoral, 5.8 millones de hondureños estaban habilitados para ejercer el sufragio en las elecciones primarias, de los cuales se esperaba que el 40% aproximadamente asistiera a las urnas, por lo que hablamos de un aproximado de 3 millones y un poco más. Sin embargo y según los datos registrados hasta el jueves, la suma de los votos obtenidos por los diferentes movimientos en cada partido no contabiliza ni el millón de votantes.

Lo anterior, no es más que el reflejo de las condiciones prevalecientes en nuestra sociedad en torno a dos cosas. Por un lado, la falta de educación política, al asumir que el proceso no es relevante y que es mejor esperar los resultados para decidir por quién votar en las elecciones generales, asumiendo que las urnas siempre se inflan con los resultados y que asistir a estas no marcará ninguna diferencia. Lo segundo es el desencanto por la política, en el cual, la población percibe que ninguno de los grandes partidos es una opción o presenta candidatos por los cuales ¨valga la pena votar¨ y al mismo tiempo expresan que de las fuerzas minoritarias tampoco representan una alternativa para gobernar el país.

Lo cierto es que este proceso en particular nos deja muchas lecciones. De todos es conocido el descalabro en el manejo del mismo, urnas que llegaron al lugar equivocado, urnas que nunca llegaron, otras que abrieron de forma colosalmente tardía, urnas haciendo paseos por las grandes ciudades, en buses ¨rapiditos¨ y sin vigilancia. Un cuestionado proceso, exorbitantemente costoso y que aún no nos da un resultado concreto de los resultados obtenidos.

Nunca en la historia reciente de los procesos electorales se había presentado esta situación y las teorías conspiratorias abundan. Mientras se buscan chivos expiatorios y se deducen responsabilidades, el desencanto por el proceso crece aún más.

Y es que el actual sistema capitalista, abanderado de la democracia, aboga por ¨procesos electorales transparentes¨ y condena toda forma de ¨opresión¨, pero, en esa sensación, en esa idea de libertad que nos han vendido, la sociedad en su conjunto se ha acomodado a ¨delegar¨, si esto conlleva el evadir responsabilidades. Lo vemos día a día, en las relaciones cotidianas y en las expresiones populares que plantean que ¨yo no vivo de la política¨.

Seguir considerando que la política no nos afecta porque no vivimos de ella, porque no es lo que nos genera una fuente de ingreso para satisfacer nuestras necesidades es seguir condenándonos a ¨vivir en el oscurantismo¨. Al ser miembros de una sociedad, al vivir en comunidad, no podemos hacernos de la vista gorda con relación a las implicaciones que la política tiene en nuestro diario vivir.

No se trata de hacer proselitismo ni de enarbolar una bandera, se trata de coherencia entre el discurso y la acción, de ser capaces de reclamar y quejarnos porque hemos sido capaces de asumir el compromiso en la ¨toma de decisiones¨. No confundamos ser apolítico con la indiferencia porque al final, como reza el dicho ¨la indiferencia mata¨.

*Profesora universitaria

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