“GRACIAS por compartir –mensaje del amigo constituyente–cuando se me vuelva a decir conservador, no me sentiré ofendido”. Decíamos ayer que la ideología conservadora es “una filosofía política y social que valora la estabilidad, la tradición y el cambio gradual”. Posiblemente –consultando la IA– su surgimiento data del siglo XVIII, “como respuesta a revoluciones radicales de aquel entonces, particularmente el caos desencadenado por la Revolución Francesa”. “Pensadores como Edmund Burke argumentaron que las sociedades deben evolucionar, no ser destruidas para reinventarse”. Sostenían que “las instituciones tradicionales son consecuencia de la sabiduría acumulada”. “Las instituciones probadas (familia, religión, nación) ofrecen estabilidad y cohesión social, mientras que los sistemas legales basados en precedentes históricos evitan el caos jurídico”. Una preferencia a “las reformas incrementales que eviten consecuencias indeseadas”. “Una sociedad sin medios para cambiar –escribió Burke– está sin medios para conservarse”.
“Prioriza la seguridad y predictibilidad, esenciales para el desarrollo individual y económico. (Ejemplo: Políticas de ley y orden que reducen la criminalidad)”. “Plantea que la menor intervención estatal fomenta la autosuficiencia y la innovación”. De ahí la creencia que “el emprendimiento se estimula con la reducción de impuestos”. Identidad nacional y soberanía: “Defensa de la cultura propia y fronteras fuertes contra globalización homogenizante. (Ejemplo: Políticas migratorias que priorizan la integración cultural)”. “Valores éticos compartidos, a menudo arraigados en la fe, como base para la justicia y la caridad”. El conservadurismo, como filosofía, entiende que “la identidad nacional, las tradiciones y el patriotismo no son meras abstracciones”, sino “pilares fundamentales para la cohesión social y la continuidad histórica de una nación”. Su enfoque se basa en “proteger y enaltecer aquellos elementos que dan sentido de pertenencia, estabilidad y propósito colectivo”. Conservación de la identidad nacional: “La identidad nacional definida como el conjunto de valores, símbolos, historia, lengua y costumbres que distinguen a un pueblo, para los conservadores se trata de una cultura como legado acumulado”. “No es estática ya que se nutre de siglos de experiencias compartidas, por lo que conservarla evita la pérdida de singularidad”. “La defensa del patrimonio cultural incluye protección de monumentos históricos, promoción de arte local y preservación de la lengua materna frente a influencias externas. (Las políticas educativas deben priorizar la enseñanza de historia nacional y las figuras heroicas como medio para fortalecer el orgullo colectivo)”. El valor de las tradiciones y los orígenes, como “puentes entre generaciones” y herramientas “para transmitir sabiduría práctica”. “Las tradiciones como guía moral, simbolizadas en rituales, festividades y normas sociales (como el respeto a los mayores) inculcan valores sin necesidad de imposiciones estatales”. “Un rechazo a juzgar el pasado con estándares modernos, pues se reconoce que las sociedades se construyen sobre contextos históricos específicos”.
Para el conservadurismo, el patriotismo es una “virtud cívica” que demanda servicio y sacrificio. En palabras de G.K. Chesterson, para reflejar arraigo: “la convicción de que tu país es superior a todos los demás porque tú naciste allí”. “La Patria como herencia compartida no se reduce a un gobierno o territorio, sino al legado de antepasados y la responsabilidad hacia futuras generaciones”. “La heredad: Legado material y espiritual, que incluye bienes tangibles (tierra, arquitectura) como intangibles (valores, libertad), junto al deber de conservar y mejorar lo heredado, nunca dilapidarlo”. La conexión con la tierra natal se ve “como fuente de estabilidad emocional y económica (digamos, leyes que protegen la propiedad familiar)”. (Enfatizaba Burke –entra el Sisimite– el respeto y la continuidad del legado histórico: «La sociedad es un pacto entre los vivos, los muertos y los que están por nacer». Bueno –interviene Winston– el poeta T.S. Eliot decía que «la tradición no es adorar las cenizas, sino mantener viva la llama”. (En este equilibrio entre pasado y futuro, el conservadurismo halla su fuerza). A propósito de los equilibrios, –valiéndonos del pensamiento aristotélico que “en el término medio está la virtud”– yo intuyo que la serie de artículos que se han escrito, ponderando lo positivo de ambas doctrinas, ha sido en aras de mantener el equilibrio).