Oscar Armando Valladares
Velar por los intereses del país -frente a la acometida del capital foráneo-, ha sido un compromiso peligroso que pocos hondureños lo asumen, por las enemistades que genera y el odio que provoca entre quienes, carentes de principios, optan por ser viles seres serviles.
Dos fervientes olanchanos, Froylán Turcios y Alfonso Guillén Zelaya, con aires morazanistas cursaron la senda del patriotismo, el de veras, el que implica adversar la injerencia política, económica y de fuerza del imperio dominante, y echarse encima además al subyugado de adentro, el que suele resultar más papista que el tío Sam.
Fijemos la atención en el segundo de ellos, tomando como punto de partida el informe del agente George T. Summerlin al Departamento de Estado (USA), suscrito el 8 de marzo de 1929 cuyos términos decían: “La actitud del presente Congreso Nacional es extremadamente radical y antinorteamericano (lo cual) “se debe en parte a los amargos y continuos ataques -en El Cronista- de Guillén Zelaya, quien se mantiene terco ante la persuasión del presidente Vicente Mejía Colindres. Este ha tratado de eliminarlo del campo político ofreciéndole cualquier puesto diplomático, pero rechaza cada oferta prefiriendo permanecer aquí combatiendo todo lo americano, en especial el contrato de la Pan American Airways y a la United Fruit Co.”
Sin haber profesado ideas bolcheviques ni estar enfrascado en alguna acción revolucionaria, el periodista hondureño no tuvo empacho en proferir apreciaciones de este pelo: “Si no fuera porque aún perdura en la conciencia de la nación el soplo heroico de los connacionales libres, quien sabe si a esta hora no hubieran liquidado definitivamente la República, la abulia, la venalidad y la cobardía. ¡Y que haya individuos y periódicos listos a salirle al paso a cuantos en este país luchan por redimirla del yugo ominoso de las empresas bananeras!
En 1931, desde las páginas del diario El Pueblo, emprendió una campaña pro defensa de las aguas patrias. “El agua no debe darse” -decía-, estimando indignantes las contratas que daban a las bananeras el derecho de servirse del valioso líquido durante un cuarto de siglo, “por el canon irrisorio de un dólar al año”. Hacíase eco de las quejas de los finqueros hondureños, acerca de “los graves daños que las bombas de irrigación establecidas clandestinamente por las compañías ocasionaban a sus plantaciones. Han demostrado que sus bananales están condenados a producir fruta desmedrada incapaz de competir con la de las compañías, debido al uso desmedido y de consiguiente ilegítimo que las empresas hacen del agua de los ríos nacionales en beneficio exclusivo de sus guineales”, situación ilegal que se daba “con el apoyo de autoridades y hondureños sospechosos”.
Sobre la conducta -dúctil y maleable- de algunos abogados el columnista olanchano apuntaba: “Que las compañías se hayan embolsado millones tras millones sin retribuir a Honduras, eso a nadie le interesa ni le importa. Y menos a los jurisconsultos. Lo esencial, lo necesario para mantener en alto el prestigio de nuestra prodigalidad, de nuestra candidez y, para decirlo claro, de nuestra inferioridad, es regalarlo todo a los explotadores”.
En otro artículo suyo, iba este comentario: “Cada vez que se debaten asuntos en que son parte Honduras y las compañías bananeras, se habla de fobia al capital extranjero. Fobia al capital extranjero llaman los defensores de las compañías al hecho de exigir que quien ha explotado la riqueza nacional a base de franquicias, exenciones y privilegios, restituya por lo menos una mísera medida al país que lo ha enriquecido…Está visto que lo que existe en estos defensores, es fobia al país, fobia a su patria, fobia a cuanto significa quitar un centavo a las compañías en provecho de la nación”.
En cuanto a la recurrida amenaza empresarial de retirarse de nuestros lares “si no se aprueban las contratas o no se mantienen los beneficios”, equiparaba: “Generalizando, esto quiere decir que si las compañías piden el regalo del país, debe regalárseles, porque si se van se acabó Honduras. Las compañías no se irán. Esa canción está buena para adormecer niños de cuna». De cara a las elecciones internas, precisa votar en conformidad con el patriotismo liberatorio de Alfonso Guillen Zelaya, para quien -y en muchos que así lo piensan- “los partidos viejos están gastados, podridos y en plena desintegración”.