Elecciones y doble moral: Peligroso juego que nos dejamos imponer

German Edgardo Leitzelar Hernández

Fuera de señalar puntos relacionados con las dualidades que conlleva el funcionamiento de nuestra sociedad, la cual ha caído en un crudo deseo de quererlo todo sin asumir responsabilidades, o exigir derechos sin tener obligaciones. Queremos exigir orden y a la vez queremos se nos permita hacer lo que nos plazca. Hablamos de políticos serios y responsables, pero nos convienen aquellos que regalan discursos vacíos. Queremos estricta aplicación de códigos éticos, pero solo cuando nos conviene, ancho para mi estrecho para los demás: Es en estas incongruencias que reflejamos una sociedad indispuesta, que no hace los cambios para un verdadero crecimiento, mientras nos acomodamos a culpar a todos los demás de los que nos ocurre.

Es aún más importante darnos cuenta de que este es el año electoral más importante de lo que va de este siglo, a solo un par de días de estas elecciones que son la antesala de las elecciones generales, es importante pensar en las consecuencias de trasladar la falta de coherencia señalada al ámbito electoral, por ser lo que nos tiene en una situación que hace que nuestros procesos sean débiles y poco creíbles.

Queremos elecciones transparentes, pero justificamos fraudes o irregularidades si favorecen a nuestra preferencia política. Exigimos campañas limpias y propuestas serias, pero votamos por quienes prometen dádivas y privilegios a corto plazo. Deseamos instituciones fuertes e independientes, pero toleramos su manipulación cuando nos beneficia. Esta doble moral ha corroído nuestra democracia y nos sumerge en un círculo vicioso de desconfianza y corrupción, y sobre todo nos hace perder la visión de cuán importante es en verdad la democracia.

Uno de los mayores problemas radica en nuestra percepción de la ley. Queremos que se cumpla cuando nos beneficia, pero no cuando nos impone un límite. En el proceso electoral, esto se traduce en el irrespeto a las reglas del juego, desde la compra de votos hasta la manipulación de resultados. Exigimos elecciones justas, pero somos permisivos con prácticas que atentan contra su legitimidad. Aplaudimos la participación ciudadana, pero solo cuando coincide con nuestros intereses. Esta falta de civismo nos lleva a procesos cada vez más cuestionados y a un deterioro de la confianza en las instituciones que solo se continuará incrementando si no cambiamos esa conducta.

Nuestro genuino compromiso es la única manera de revertir esta tendencia negativa. No podemos seguir delegando responsabilidades solo en autoridades; debemos asumir nuestro rol como vigilantes de la democracia. La participación electoral no se limita a emitir un voto, también es exigir transparencia, denunciar irregularidades y promover una cultura de respeto a las reglas. La educación cívica debe fortalecerse para que comprendamos que la política no es solo un medio para obtener beneficios individuales, sino una herramienta para el desarrollo colectivo.

Crecimiento social y madurez al afrontar nuestros procesos democráticos van a la par. Mientras sigamos esperando soluciones mágicas, sin esfuerzo, y se premie a la demagogia en lugar de la seriedad, mientras toleremos corrupción si esta nos favorece, seguiremos atrapados en un sistema que perpetuara a la desigualdad y el atraso. La democracia solo se volverá fuerte cuando nosotros exijamos y practiquemos valores y acciones que sean congruentes.

El avance se fundamenta en cambiar nuestra manera de pensar y actuar. Debemos entender que el progreso no se logra a base de discursos populistas, ni con exigencias sin compromiso. La ley debe aplicarse de manera pareja, la ética no puede ser selectiva, y la justicia no puede depender de cómo nos afecte personalmente ni moneda de cambio. Si en verdad queremos evolucionar, debemos abandonar esa doble moral y tener congruencia en todo aquello que exigimos y lo que estamos dispuestos a dar.

Solo asumiendo nuestra responsabilidad, cumpliendo con la ley y comprendiendo que el crecimiento requiere esfuerzo y coherencia, lograremos una sociedad que realmente prospere. Mientras sigamos queriendo lo mejor sin dar lo mejor de nosotros, seguiremos atrapados en un ciclo de contradicciones que nos condena a estancarnos y a debilitar la democracia.

“EL CAMBIO QUE ESPERAMOS NO VIENE DE DISCURSOS, VIENE DE LA VOLUNTAD COLECTIVA DE ACTUAR CON COHERENCIA Y RESPONSABILIDAD.”

Abogado laboralista independiente

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