AGOTADA la prórroga de suspensión, la Casa Blanca madrugó clavándole aranceles del 25% a México y Canadá y un 10% adicional a China. Los gobiernos canadiense y chino, en represalia, respondieron inmediatamente con los suyos. La mexicana dedicó su monserga mañanera al repaso pormenorizado de los mandados hechos en las últimas semanas en cumplimiento a las exigencias de Trump. Anunció que como desquite al castigo tiene planes desde la A hasta la Z. No soltó detalle sobre las simétricas medidas con las que vaya a contraatacar. Mejor va a esperar si algo arregla en una llamada telefónica pendiente con la Casa Blanca. No hay forma certera de medir el impacto de las medidas y solo cabría conjeturar. Digamos, observar las oscilaciones en términos de empleos, inflación y decrecimiento económico.
En empleo, Estados Unidos recibiría algún beneficio en sectores protegidos. Industrias como el acero, aluminio o manufactura podrían generar empleos temporales al reducirse la competencia externa. Sin embargo, tendría pérdidas mayores en sectores dependientes, como el automotriz, electrónica y agricultura que sufrirían despidos al encarecerse los insumos importados o perder mercados por represalias. En 2018, los aranceles al acero «salvaron» 8,700 empleos en EE. UU., pero costaron 75,000 en industrias que usaban acero. Los aranceles actúan como impuestos al consumo. Productos como lavadoras, bicicletas o electrónicos se encarecerían. “En 2019, los aranceles a China costaron a cada hogar estadounidense $831 al año”. Mientras se instalan todas esas industrias que esperan captar cuando abandonen los países víctimas del arancel, habría desaceleración económica ya que la incertidumbre comercial reduciría inversiones y exportaciones. En 2019, el PIB de EE. UU. creció 2.3%, pero sin la guerra comercial habría crecido 2.9%. El más afectado sería México. En empleo “sectores como el automotriz (25% del PIB manufacturero) perderían competitividad en EE. UU., su principal mercado”. También pérdida en empleos rurales, en el sector agrícola. “Productos estadounidenses como maíz, gasolina o maquinaria se encarecerían, aunque México podría diversificar importaciones (ej.: comprar maíz a Brasil)”. La contracción económica podría embrocar el país a una recesión. El mayor crecimiento de la economía mexicana en los últimos años ha sido por efecto del “nearshoring”. En la medida que esa industria se mude, ya que al no disponer del libre comercio de TLC no le resultaría rentable operar en México, se desplomaría ese componente lucrativo del país. “En 2019, la amenaza de aranceles de Trump llevó al Banco de México a recortar tasas para estimular la economía. El PIB creció solo 0.1% ese año”.
“En Canadá, sectores como aluminio (60% exportado a EE. UU.) o automotriz (integrados a cadenas de EE. UU.) enfrentarían despidos. Habría una presión inflacionaria sobre productos importados de Estados Unidos” aunque paulatinamente podrían surtirse, a precios más bajos de esos artículos, “de Nueva Zelandia y de la Unión Europea”. Habría una desaceleración moderada de la economía. La incertidumbre frenaría inversiones. China tiene más hilos para resistir. “Los aranceles de EE. UU. afectarían a fábricas costeras de textiles o electrónicos, pero China compensaría con estímulos internos. Subsidios a empresas y consumidores mitigarían el alza de precios, aunque sectores como la soja (importada de EE. UU.) sufrirían. China reduciría dependencia de EE. UU. impulsando el consumo interno y exportando a Asia y Europa”. Pero la guerra comercial también repercute globalmente. Se romperían cadenas de suministros existentes y las empresas tendrían que buscar traslado a lugares no gravados. Digamos Vietnam en lugar de China. En una guerra comercial prolongada el comercio global caería hasta 9%, casi lindando con una recesión. A lo que habría que agregar los daños en los mercados bursátiles y de materias primas (petróleo y metales). Habría una reconfiguración de las alianzas comerciales. (La guerra comercial –entra el Sisimite– un divertido deporte donde todos pierden, pero seguimos jugando. -Y en esto –pregunta Winston– ¿quién paga la música de la fiesta y quiénes por los platos rotos? -Lógica ilógica –ríe el Sisimite– entramos a la era absurda donde se protegen empleos creando desempleo. -Nada une más los países –ironiza Winston– que encaramarse castigos mutuos hasta arruinar sus economías).