LA primera estrofa del “Himno Nacional de Honduras” es un “Coro” dedicado a la bandera y a otros símbolos sagrados del país. En dicho “Coro” se habla de un color “límpido y azul” turquesa de las franjas que cruzan este emblema horizontalmente, como haciendo un llamado a la honestidad y de ser posible a la blanca pureza de los sentimientos patrios. El “Escudo Nacional” por su parte, hace referencia al relieve, a la abundancia de la flora y de la fauna y también a las bocaminas que fueron tan características del trabajo de los mineros criollo-mestizos durante siglos y decenios.
Dentro del “Escudo Nacional”, que más pareciera un escudo de la “República Federal de Centro-América”, destaca un triángulo equilátero como símbolo de la justicia y de la equidad que debe prevalecer entre todos los hondureños, como clara alusión de los principios de libertad, igualdad y fraternidad derivados de la revolución francesa, cuyo contenido emblemático también le sirvió de inspiración al autor del “Himno Nacional”.
Pero a la par de sus símbolos una sociedad debe vivir de realidades. Una de esas realidades es que Honduras fue un país abundante en recursos naturales y en potencialidades económicas e industriales. Las potencialidades han quedado adormecidas y los recursos los hemos venido destruyendo aceleradamente, sin ninguna justificación, en tanto que esa pérdida no se ha traducido en rentabilidad para una población sumida en una pobreza cada vez más creciente por la ausencia de oportunidades de empleo para las generaciones jóvenes.
Honduras se ha deforestado sin añadirle ningún “valor agregado” a las exportaciones de cantidades inmensas de maderas que se han extraído de los bosques nacionales. No ha habido una industria que convierta, hacia adentro, en artefactos hermosos la madera y cuya riqueza se redistribuya, vía empleos directos e indirectos, al resto de la sociedad. Tampoco se ha observado auténticos “manejos científicos de bosques”. En otros países, con criterios de sostenibilidad, por cada árbol cortado se siembran dos o cinco arbolitos más, mediante acciones individuales pero también institucionales. En Honduras hemos sido testigos del corte indiscriminado de maderas preciosas pero principalmente del pino, con el agravante que el “gorgojo barrenador” vino a generar desastres apocalípticos en las zonas boscosas.
Los hondureños de buena voluntad quisiéramos que nuestro país fuera “límpido y azul” como la bandera nacional. No con las tristes borrosidades y rencores que actualmente se perciben. Quisiéramos que no hubiese pobreza extrema ni violencia común en ningún rincón de la rosa geográfica nacional. Mucho menos crimen organizado internacional que tanto luto ha traído al seno de nuestra sociedad. Quisiéramos que Honduras fuera famosa a nivel mundial por su capacidad competitiva al momento de producir, competir y exportar. Y que sus mercancías exportables consiguieran los mejores nichos de los mercados continentales, creando empleos masivos para todos o casi todos. Quisiéramos, además, que Honduras se destacara en el concierto de las naciones por la grandeza de sus talentos individuales y colectivos. No por los exabruptos ocasionales de unos pocos que con sus malos comportamientos hacen sufrir a todos nuestros compatriotas. Queremos una Honduras con riquezas físicas y espirituales esparcidas por doquier, para orgullo aquilatado y bienestar de las nuevas generaciones.