Ángela Marieta Sosa*
«No abrigues en tu corazón odio contra tu hermano. No te vengues, ni guardes rencor contra los hijos de tu pueblo». Levítico 19:17-18
En el año 1997 se celebraban en mi pueblo las ferias políticas llenas de entusiasmo, sana competencia y esperanza; y aunque mi ascendencia política fue bipartidista y naturalmente democrática debido a que mi padre era nacionalista y mi madre liberal, en el patio de mi casa se vestían a niñas y adolescentes que adornarían las carrozas de campaña del Partido Liberal de Honduras; mi madre Marieta Veroy Santamaría como primera mujer convencional cholutecana de dicho partido, coordinaba esa actividad en su casa.
Por mi parte como joven sentía una emoción indescriptible, me sentía orgullosa de mi madre y me contagiaba la alegría de la gente; ahora veo ese momento del pasado con tanta añoranza, porque de aquellas buenas prácticas políticas, no queda nada; y es que un manto de oscuridad comenzó a tejerse y el odio fue sembrado estratégicamente a partir del año 2006 en Honduras.
Desde entonces el odio en la política hondureña ha sido un factor constante, que ha contribuido a la polarización y el estancamiento del país. Este fenómeno no es exclusivo de Honduras, pero en su caso, se ha visto agravado por una serie de eventos históricos, crisis institucionales y la influencia de actores externos como los promotores de la agenda demagógica de la izquierda internacional.
En el año 2009 en abierta campaña para la muy conocida “Cuarta Urna” el expresidente Zelaya en las gradas principales de la casa presidencial, frente a los medios de comunicación y el pueblo hondureño decía irónicamente: ¡salgan a votar por la cuarta Urna¡, ¡mire si usted está enojado o resentido con quien sea, con su vecino, por ejemplo, vaya vote por la cuarta urna¡; este evento marcó una división profunda entre los hondureños. Desde entonces, el país ha estado fragmentado entre quienes apoyaron la destitución de Manuel Zelaya y quienes la consideran un golpe a la democracia.
Democracia que ciertamente ya estaba golpeada por ese proyecto de consulta popular impropio, que entrañaba el populismo empobrecedor, hasta hoy nada ha mejorado, por ejemplo, la justicia es selectiva para casos de corrupción perfilados en la oposición política a fin de generar desconfianza y resentimiento entre la población, lo que los políticos aprovechan para descalificarse mutuamente.
La desigualdad económica y social, la brecha entre ricos y pobres cada vez más profunda, se incluye sin responsabilidad alguna en los discursos demagógicos, en donde condenan ilegalidades del pasado, pero ellos las continúan haciendo y perfeccionando.
Las relaciones de Honduras con potencias y aliados naturales e históricos como Estados Unidos de América y organismos internacionales han sido instrumentalizadas para deteriorarlas intencionalmente con la justificación de posturas políticas radicales, creando rencor social por aquellos países desarrollados que albergan millones de migrantes que sostienen la economía a través de sus remesas.
La estrategia de odio diseñada por ideólogos de la izquierda internacional, causa la desconfianza progresiva en el sistema democrático, igualmente el uso de discursos polarizantes con retórica confrontativas para movilizar a sus bases, presentando a sus rivales como amenazas existenciales en lugar de competidores legítimos; la influencia negativa de redes sociales y algunos medios de comunicación que desinforman y las noticias falsas avivan el odio, creando una atmósfera en la que las personas desconfían de cualquier versión que no se alinee con su postura.
Cuando en Honduras se fomente un debate político basado en propuestas y no en ataques, cuando se regule el financiamiento y la transparencia en campañas políticas, cuando se combata la desinformación mediante educación cívica y verificación de datos, cuando se promueva el diálogo entre sectores enfrentados, incluyendo sociedad civil, empresarios y partidos políticos; hasta entonces podremos aseverar que hemos vuelto a una real democracia, a una cultura de respeto a los derechos humanos y que aquellas carrozas que se engalanaban en esplendorosas fiestas cívicas políticas volverán, celebrando la autodeterminación del pueblo hondureño que con el voto en las urnas conquistará nuevamente el amor social, reafirmará sus creencias religiosas cristianas, sus buenas costumbre y vencerá el odio y la confrontación.
*Máster en Derechos Humanos.