Oscar Armando Valladares
¿Por qué José Francisco Morazán Quesada y José Julián Martí y Pérez, poseían más puntos similares que desemejanzas? Contrastemos la vida y obra de ambos, en la búsqueda del porqué. Para comenzar, Morazán vivió entre 1792 y 1842; Martí de 1853 a 1895. No fueron, pues, contemporáneos ni alcanzaron la misma edad. De origen criollo los dos, el héroe hondureño tenía raíces francesas, en tanto el héroe cubano era hijo de españoles. Desde muy jóvenes se declararon independentistas del colonialismo europeo, en particular de España e Inglaterra: de España, cuyo dominio en Cuba se mantenía -aunque combatido- fuerte y en armas; y de Inglaterra, cuyo régimen imperial imponía su influjo marítimo y económico en Centroamérica.
Tenía Morazán 32 años cuando se produjo la elección de Dionisio de Herrera en el cargo de jefe de Estado, ejercido entonces en Comayagua. Por desavenencias irreconciliables, el Gobierno federal que presidia en Guatemala el político salvadoreño Manuel José Arce, dispuso asediar a Herrera y con tropa al mando del coronel Justo Milla sitió a Comayagua en mayo de 1827. Herrera fue conducido preso a la capital guatemalteca, mientras Morazán -cercano colaborador del depuesto jefe de Estado- galopó en busca de refuerzos, llegando con tal fin a Choluteca; después dirigió sus pasos al poblado de Ojojona, en donde -por confiar en la palabra de Milla- cayó en prisión y, al punto, remitido hacia Tegucigalpa. “Después de haber sufrido veintidós días en una estrecha y penosa prisión, pude burlar la vigilancia de mis carceleros y retirarme a la ciudad de San Miguel; de allí pasé a la de León para volver sobre Honduras”, evocó años más tarde.
Por su lado, en 1868, en que Martí cumplía sus quince años, oyó estremecido lo que en la historia se conoce como “Grito de Yara”, primera guerra de independencia acaudillada por Carlos Manuel de Céspedes, “que va a ser larga y sangrienta, y los niños cubanos llevarán su imagen en la solapa y en el corazón”, según Andrés Iduarte.
En el sitio de La Trinidad, Sabanagrande, Morazán inició su carrera política y militar en pos de la liberación y unidad republicana de Centroamérica, retomando primero el camino ya trazado del federalismo y, al final, la vía de la revolución armada.
Por una vía similar, José Martí se propuso liberar a la isla antillana. A consecuencia de sus ideas emancipadoras, sufre prisión en Madrid y La Habana, con grilletes que le dejan dolencias físicas permanentes y una convicción política a toda prueba. Periodista y escritor lúcido, titula uno de sus artículos tempranos “La República Española ante la Revolución Cubana”, aprovechando, en defensa de su patria, el momento liberal que se respiraba en la tierra del político y orador gaditano Emilio Castelar. Desde agosto de 1881 a enero de 1895, vive en Nueva York, donde conjuga, en pensamiento y acción, su faena de propagandista, sus planes conspirativos en favor de Cuba y su visión antiimperialista en relación con Estados Unidos aunó en la lucha a Máximo Gómez y Antonio Maceo y estableció las bases fundamentales del Partido Revolucionario Cubano el 5 de enero de 1892. Había dicho que en la “revolución, los métodos han de ser callados, y los fines públicos”; empero, el 29 de enero de 1895 se dio públicamente la orden del levantamiento. Dos días después parte de Nueva York, rumbo a Santo Domingo, a Cuba y a su inmolación, al caer muerto en la llanura de Dos Ríos el 19 de abril de aquel año aciago.
Víctima de igual entrega, 53 años atrás los tiros del separatismo reaccionario cobraron la vida del gran precursor del unionismo centroamericano, precisamente el 15 de septiembre de 1842, Día de la Independencia que él procuró mantener.
No faltó -en su azarosa vida de combatientes- el impulsivo temperamento pasional que los llevó al aposento de la infidelidad, propensa más la sangre francesa de Morazán que la española de Martí. María Josefa Lastiri y Carmen Zayas Bazán, arrostraron -cada cual a su manera- los deslices de sus cónyuges, quienes por lo visto estaban lejos de “tener psicología de solitarios”; eso sí, con un rasgo común irreprochable: el ser hombres querendones, aun de aquellos frutos que no eran suyos, Esteban, hijo de María Josefa, y María Mantilla, hija de Carmen Millares de Mantilla, tuvieron en Morazán y Martí, respectivamente, un purísimo amor de padres buenos.