2024 YR4: ¿un visitante peligroso?

Por: Guillermo Fiallos A. 

Los Mayas tenían previsto para el 21 de diciembre de 2012, el fin de un ciclo significativo en su calendario. Muchos, interpretaron este acontecimiento, como el día de la extinción de la humanidad. Otros, menos espeluznantes, creían que la alineación de los planetas del Sistema Solar en esa fecha, marcaba una nueva era en el desarrollo de la civilización.

Lejos de considerar que se apagaría la vida, los Mayas tenían la creencia que luego de cerrado ese periodo –denominado de Cuenta Larga– de 5126 años, empezaría una época diferente en la cual las energías terrícolas con las del cosmos, se encontrarían en perfecta armonía; desapareciendo así: el terror, odio y aniquilamiento entre los seres humanos. Por supuesto, casi doce años después de aquel 21 de diciembre, comprobamos que esto no sucedió. El hombre cada vez más, esclaviza a sus semejantes y se aleja, vertiginosamente, del aliento y la sabiduría de su Creador.

En estas últimas semanas se ha esparcido la noticia de un asteroide (cuerpo menor del Sistema Solar con un diámetro inferior a 1000 kilómetros), que pasará cercano a nuestro mundo el 22 de diciembre de 2032. Con preocupación científica, pero con cautela, los astrónomos han expresado que, al día de hoy, existe entre un 1% a 3% de probabilidades que dicho elemento celeste, impacte sobre la superficie de nuestro planeta o de su satélite, La Luna.

A este tiempo en el que estamos, casi todo se maneja a nivel de cálculos aproximados y conjeturas; pues el visitante sideral –que, potencialmente, sí podría representar cierto riesgo al cambiar su trayectoria—, se encuentra muy alejado para exponer aseveraciones contundentes, sobre su trascendencia para la sobrevivencia en La Tierra.

El 30 de junio de 1908, un asteroide se desintegró antes de llegar al suelo, en la región de Tunguska en la Siberia Rusa. Por ello, no se encontró ningún cráter en el lugar. Se calcula que este asteroide tenía un diámetro entre 50 a 190 metros. Su visita fue tan estremecedora que devastó unos 78 millones de árboles en un área de 2150 kilómetros cuadrados de bosque inhabitado. Aquel día, un extraño resplandor –quizá, una premonición de Hiroshima y Nagasaki, destruidas décadas después por la “inteligencia” del hombre— sorprendió a los habitantes de Asia y la Laponia nórdica europea.

El asteroide bautizado como 2024 YR4, se estima que tiene un diámetro de 50 a 100 metros. Ya se mencionan varias ciudades, países y océanos, en los cuales podría tener lugar el beso fatal entre este astro y la superficie terrestre; y si bien es cierto –que de llegar a ocurrir ese choque—, no sería de la dimensión del descomunal evento que tuvo lugar en Yucatán, hace millones de años y que llevó a la desaparición de especies animales y vegetales ancestrales; sí provocaría desolación y muerte, ya sea por la onda expansiva de su colisión o por los indescriptibles maremotos que sobrevendrían.

Desde luego, no podemos descuidarnos y hay que seguir estudiando este visitante espacial; sin embargo, se debe poner atención, asimismo, a los cataclismos que –a través de las décadas-, el ser humano ha infligido a su propio hogar. Parece que la novedad de un meteoro que se acerca, nos preocupa más que el constante, imparable e inmisericorde aniquilamiento de variedad de animales en los cinco continentes; la contaminación ha llegado a un grado tal, que ya en muchas ciudades es imposible respirar sin problemas; el agua se agota; la amenaza nuclear está palpitante cada día; se forman huracanes que rompen patrones conocidos; se perpetúan sequías extremas; terremotos desoladores son frecuentes; guerras injustificables; inundaciones devastadoras y hambruna creciente; son el despertar de cada nuevo día.

Quizá, los humanos nos preocupamos más por una posibilidad venida desde el espacio, que por una realidad endémica y ya presente entre nosotros.

Debemos, entonces, prestar más cuidado a este desarreglo del entorno; ya que ha sido provocado, –en significativa medida– por jugar, irresponsablemente, a los dados con nuestro hábitat; del cual somos solo administradores y no propietarios absolutos.

Que estos siete años y meses que nos quedan para saber qué sucederá con 2024 YR4; también, nos sirvan para reflexionar y enmendar el impacto dañino, que le seguimos propinando a la única casa en común, que todos tenemos: La Tierra.

¡Tal vez así, podremos llegar al 22 de diciembre de 2032!

Mercadólogo, Periodista, Abogado, Pedagogo, Teólogo y Escritor

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