Julio Raudales*
Los políticos ilustrados son una rareza y lo han sido siempre. Quienes buscan el poder, suelen ser por naturaleza, seres ególatras y frívolos. Leen poco y desprecian el arte y la cultura. En el mejor de los casos son personas pragmáticas y aunque algunas veces poseen el don de la palabra y el carisma para ser atractivos y simpáticos, por lo general usan esos atributos para engañar a los incautos.
En lo que va del siglo, el mundo ha conocido muy pocos líderes con sapiencia y conocimiento. La culpa es de la era: hemos llegado aquí colgados de las redes sociales, la cultura del “youtuber”, la lógica de los ciento cuarenta caracteres. Todo es certero y breve. Pocas cosas nos invitan a la reflexión, a la búsqueda incansable del conocimiento, a la erudición. Pese al infatigable llamado de Steven Pinker en su ya clásico “Volvamos a la Ilustración”, parece que la deriva es y será: “picoteemos noticias” y suerte te dé Dios que el saber poco te importe.
En Honduras, las cosas no tienen por qué ser diferentes al resto del mundo. Nuestros políticos y, sobre todo, quienes aspiran a gobernar, se glorían de su poca formación. Ya tuvimos ingenieros de la universidad de la vida y otras personas que, sin ningún estudio y menos experiencia profesional, se atreven a guiar este desdichado suelo. Nada parece anunciar que las cosas cambiarán. Los pocos personajes públicos ilustrados, prefieren el ostracismo a tener que mezclar su talento con la estulticia.
Pero toda regla tiene su excepción. Hay un expresidente que, de forma silenciosa y sin hacer mayor alarde, nos regala día a día una opinión versada. Cada mañana muy de madrugada –a veces a las cuatro- el tintín del celular de sus amigos, anuncia que llegó el editorial de LA TRIBUNA. Es quizás uno de los pocos medios del mundo, cuya opinión nuclear muestra de forma expresa la visión de su propietario. El tácito autor nos muestra a diario su visión del acontecer de nuestra trama. Quienes tienen el privilegio de recibir su mensaje matutino, pueden leer de primera mano, cual es el humor de alguien que, por su propia vivencia, nos puede regalar una versión certera de la realidad.
Pero, para la recién pasada fiesta de fin de año, el presidente ateneo sorprendió de nuevo a sus amigos. Esta vez fue con un libro de relatos: Kairós lo tituló, haciendo con ello referencia al tiempo propicio, a la oportunidad ganada, más allá de los Idus de marzo y de sus editoriales.
Kairós es una serie de relatos breves, en que el presidente nos cuenta vivencias propias y ajenas, anécdotas y hasta chascarrillos sobre sus andanzas en la política o en el periodismo, aventuras de terceros que, a veces nos traen a la memoria pasajes de la historia reciente. También nos cuenta sobre su padre y mentor, uno de esos seres que la historia rescatará siempre por su tozudo compromiso con la desventurada sociedad que le tocó atestiguar.
El libro no rehúye la crítica a las situaciones anómalas que como sociedad vivimos. Sin despojarse de elegancia, cada relato muestra, a veces de manera velada, la banalización en que hemos caído debido fundamentalmente a los denuestos y agravios en que nuestra dividida sociedad y sus protagonistas hemos caído. Es un libro que debe leerse más allá de los prejuicios, para disfrutarlo y entendernos un poco más en esta naturaleza que se ha regalado por nacer en Honduras.
Ojalá y muchos aprendamos de ese espíritu explorador de ideas que abriga al presidente ateneo. Quizás a través de la lectura de alguno de sus libros, para que, de una vez los ciudadanos podamos entender que nada nos acerca más a la realización que la búsqueda de la sabiduría, la persistencia en el amor por este país que mejor suerte merece.
*Rector de la Universidad José Cecilio del Valle.