Tomado de Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán.
Tomo II. Capítulos V y VI
JOHN L. STEPHENS
El General Morazán, acompañado de varios Oficiales, estaba parado en el corredor del Cabildo; una gran fogata había enfrente de la puerta y sobre una mesa que estaba junto a la pared, una candela encendida y varias tazas de chocolate.
Él era como de 45 años de edad, de 5 pies y 10 pulgadas de estatura, delgado, con bigote negro y barba de una semana, con levita militar abotonada hasta el cuello y espada al cinto. Estaba sin sombrero y su fisonomía era dulce e inteligente. Aunque todavía joven, durante 10 años había sido el primer hombre del país y 8 años Presidente de la República. Se había levantado y sostenido por su pericia militar, su valor personal; siempre conducía él mismo sus tropas y había estado en muchos combates, siendo muchas veces herido pero nunca derrotado.
El Coronel Zaravia me presentó a él. Por lo que yo había oído decir del General Morazán y por el entusiasmo con que sus Oficiales se expresaban de su persona, se me había formado un sentimiento casi de admiración por este hombre, aumentando mi interés por él a causa de sus desgracias. En verdad yo no sabía cómo iniciar la conversación y mientras mi mente estaba llena con la idea de su infortunada expedición, la primera pregunta que me hizo fue si su familia había llegado a Costa Rica o si tenía yo alguna noticia de ella.
No me atreví a decirle lo que entonces pensaba: Que las penas afligían a todos los que estaban ligados a él y que probablemente a su esposa e hijos no se les daría asilo en aquel Estado. Pero en verdad era muy significativo el que, en tales momentos y ante el cuadro de sus destrozados seguidores, fresca en su memoria todavía la muerte de sus compañeros, en medio de la ruina y del desastre, su corazón se tornase hacia sus afectos familiares.
Me manifestó su pesar por las condiciones en que yo encontraba su desgraciado país; lamentaba el que mi visita tuviera lugar en tan infortunados momentos; me habló de Mr. De Witt y de las relaciones de su Patria con la nuestra, diciendo que sentía mucho que nuestros tratados no hubieran sido renovados, mucho más que por entonces él nada podría hacer en tal sentido; pero yo no estaba pensando en nada de esto.
Entendiendo que por el momento él tendría Asuntos pendientes de mayor importancia, procuré hacer mi visita lo más corta posible y regresé a casa.
En la mañana siguiente, estaba yo tomando chocolate cuando el General Morazán llegó a visitarme. Nuestra conversación fue larga y versó sobre diferentes asuntos. No quise preguntarle de sus planes y proyectos futuros, no obstante que ni él ni sus Oficiales mostraban desconfianza.
Al hacer referencia a la ocupación de Santa Ana por el General Cáceres, me miró con un espíritu que me recordó el de Claverhouse en ‘Old Mortality’. Me dijo: “Muy pronto visitaremos a ese caballero.”
Habló sin malicia ni odio de los líderes del Partido Central, y de Carrera como de un indio ignorante y sin ley de quien el partido que ahora le usaba más tarde tendría que sentirse feliz de que lo defendieran.
Con una sonrisa me refirió el cargo que le hacían los cachurecos de haber pretendido asesinar a Carrera, del cual se había hecho mucha ostentación, pretendiendo citar detalles y lugares y apareciendo generalmente creído. Suponía que todo era una ficción; pero que casualmente al retirarse de Guatemala, estuvo en la casa en que se decía que se había preparado el atentado y que quien la habitaba le dijo:
Que como Carrera había ultrajado a un miembro de su familia, él mismo le había dado de puñaladas según se suponía mortales; y que para explicar sus heridas y evitar comentarios del suceso se echaba la culpa a Morazán, corriendo así la noticia por todo el país.
Le hice ver a Morazán nuestro propósito y la dificultad de conseguir un guía. Nos dijo que una escolta de soldados nos expondría a un peligro seguro, aunque fuera un simple soldado sin mosquete ni cartuchera (única señal con que se distinguían los soldados) podría ser reconocido; pero que ordenaría al Alcalde que nos proporcionara algún hombre de confianza.
Me despedí de él con un interés mayor del que yo había sentido por ningún hombre en el país.
Al General Morazán se le acusaba de hostilidad hacia la Iglesia y de levantar empréstitos forzosos. Su hostilidad hacia la Iglesia se justificaba por ser ella en ese tiempo un paño funerario sobre las instituciones libres, degradando y destruyendo el espíritu cristiano en vez de levantarlo; y con respecto a los empréstitos forzosos no podía prescindirse de ellos con motivo de las constantes guerras.
Sus peores enemigos confiesan que Morazán era un modelo en sus relaciones privadas y, lo que ellos consideran una no pequeña alabanza, que no era sanguinario.
Todos los postrados adoradores de un sol naciente infaman ahora su nombre y su memoria; pero yo verdaderamente creo y sé que por mi aserción me acarrearé la indignación de todo el Partido Central: digo que verdaderamente creo que ellos han arrojado de sus playas AL MEJOR HOMBRE DE CENTROAMÉRICA.
José Eusebio Morazán Alemán
Por George Ypsilantis
José Eusebio Morazán nació en Yuscarán en 1771 y fueron sus padres Juan Bautista de Morazán, comerciante, quien casó en 1769 con doña Gertrudis Alemán, de 18 años de edad, hija legítima del Lic. don Benito de Alemán, vecino de Yuscarán.
Juan Bautista de Morazán, nacido en Córcega, Estado Pontificio, sacó sus pasaportes en un lugar de España y de allí, llegó en 1765 a Honduras. Su pasaporte fue expedido por el Cónsul General de Córcega, el Conde y Caballero de Cardi, que representaban a su Majestad Católica, el Rey de Córcega en España.
Junto con don Eusebio llegó a Honduras su sobrino llamado Pablo Morazán, hijo de don Ángel María Morazán y de doña Sebastiana de Martínez, ambos de Córcega. Pablo Morazán casó con su prima doña María Concepción Morazán Alemán, hija de don Juan Bautista Morazán y Gertrudis Alemán.
Juan Bautista de Morazán se naturalizó ciudadano del Reino de España y se inscribió como vecino de la Provincia de Honduras, y por lo tanto, legalmente, hondureño. Sus segundas nupcias fueron con Luisa Espinal, y terceras nupcias, con Manuela del Castillo.
Murió en Yuscarán en 1794.
Don José Eusebio Morazán Alemán, padre del Héroe, murió en Tegucigalpa el 2 de julio de 1838.
Los historiadores se han confundido con Pablo Morazán traído por su tío don Juan Bautista de Morazán. Hay muchos datos al respecto, recopilados desde 1937 a 1942.