Para este 26 de enero, Domingo de la Palabra Dios propuesto por el Papa Francisco para el Tercer domingo del Tiempo Ordinario, podemos citar un breve texto de Ez 3,1: “Y me dijo: «Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel”. El sentido de comer toda palabra contenida en la Sagrada Escritura, equivale a un proceso. Proceso en tres momentos delineados por tres verbos fundamentales que sostienen esta y toda proclamación de la Palabra. Ante todo hay que “leer” la Biblia, pero no de cualquier manera: en efecto, se habla de una lectura “a distintos tiempos”. Es necesaria, pues, una cierta programación, una didáctica, ojalá también una selección inicial, acompañada a su vez de una invocación al Espíritu Santo, quien ha sido el inspirador el texto sagrado. El segundo verbo es el de la “explicación del sentido”. Un antiguo aforismo afirmaba que “toda palabra de la Biblia tiene setenta rostros”. El maestro en la fe debe descubrir estos rostros, debe inspeccionar el texto en todos sus matices: el término técnico para indicar el estudio de la Biblia es “exégesis” que en griego significa “sacar afuera” todos los tesoros, toda la fuerza, toda la espiritualidad de la página bíblica para cada momento de la historia.
El tercer acto en la lectura de la Biblia lo da el verbo “comprender”: el original hebreo de nuestro texto usa aquí un término sapiencial que indica la comprensión sabrosa, intensa, alimentada por la inteligencia y el corazón, de allí la invitación a “comer”. En efecto, la Palabra de Dios no es una fría piedra preciosa sellada en un cofre, sino que es una realidad viva que debe empapar la existencia árida como la lluvia fecunda hasta el desierto (Is 55,10-11), como el dulce empapa el paladar (Sal 19,11). De este triple proceso que involucra el oído y el corazón brotan dos actitudes aparentemente antitéticas, pero en realidad complementarias. Por una parte, afloran a los ojos las lágrimas de la conversión: “Todo el pueblo lloraba mientras escuchaba las palabras de la ley” (Ne 8,8). Es el signo vivo del arrepentimiento, el corazón está invadido por el remordimiento, el pasado con su carga de pecados se presenta a la conciencia con su peso y luego se puede pasar al gozo del corazón.
Un cuarto elemento es la “celebración”. Otro gran guía de la nueva comunidad post-destierro, el gobernador Nehemías, señala que la última Palabra de Dios nunca es la del juicio y castigo, sino la de la promesa del perdón y salvación. Y entonces los labios deben abrirse a la sonrisa, las casas deben llenarse de cantos de alegría y de banquetes festivos. De la aflicción a la fiesta, del ayuno al banquete solemne con “carnes gordas y vinos dulces”, símbolo de aquél banquete mesiánico que en Sión marcará el fin de todo llanto y de la última muerte, como había profetizado Isaías (25,6-9).
Un jubileo que cada 25 años toca a la puerta y provoca a tomar en seria consideración la vida, ofrece la posibilidad de tener fija la mirada en la esperanza que lleva consigo el realismo evangélico. El Domingo de la Palabra de Dios permite una vez más a los cristianos reforzar la invitación tenaz de Jesús a escuchar y custodiar su Palabra para ofrecer al mundo un testimonio de esperanza que consienta ir más allá de las dificultades del momento presente.