La inteligencia artificial llegó para quedarse

Elvia Elizabeth Gómez García*

La sociedad del siglo XXI, la más interconectada, la más comunicada, la que produce toneladas en tiempo récord y proyecta, a través de diversas herramientas tecnológicas un mundo “perfecto”, evolucionado, moderno.

Para los que disfrutamos las caricaturas de los años ochenta, relacionar los avances que observamos hoy en día nos recuerda a la famosa serie animada de los Supersónicos o The Jetsons por su nombre en inglés. En dicha serie observábamos a los personajes desplazarse en vehículos aéreos, transportarse de un lugar a otro en una especie de túnel, usar relojes con pantallas, citas médicas sin necesidad de ir a un consultorio médico, robots domésticos, bandas transportadoras, teléfonos móviles, muchas de esas cosas no existieron en nuestra época, pero hoy en día son de uso diario.

Ese es el mundo que observamos en la actualidad, salvo algunas excepciones, pero al final de cuentas un mundo donde todo es perfecto, donde todo es progreso sin detenernos a pensar en el costo que este conlleva. En este proceso evolutivo ha surgido un nuevo componente, que debe llevarnos a poner las barbas en remojo y repensar hasta que punto somos los seres humanos los que estamos controlando a la tecnología o si es a la inversa.

En 1950, el escritor norteamericano Isaac Asimov publica su obra Yo robot, en la cual hace una compilación de una serie de cuentos relacionadas con el desarrollo de los robots y sustentado en el planteamiento de las tres leyes de la robótica de Asimov, las cuales incluyen un componente ético fundamental que es el que un robot no puede dañar a un ser humano.

Ante este planteamiento ético, cabe reflexionar sobre hasta que punto, esta sociedad del siglo XXI, cada vez más deshumanizada y consumista, enmarcada en nuevos modelos económicos enfocados en la explotación de los recursos, considera como principio de sus acciones el comportamiento ético. Y es que la inteligencia artificial se está expandiendo vertiginosamente y nos está llevando a un proceso confrontativo en varios campos, incluido en estos el de la educación.

Lamentablemente, el comportamiento que observamos de parte de las nuevas generaciones de estudiantes dista mucho de lo que como educadores esperamos y deseamos. Ya hemos hablado del conocimiento instantáneo y como este se ha convertido en la norma actualmente. Ahora debemos liar con el hecho de que, con una serie de indicaciones y un clic, los estudiantes obtienen sus tareas y las presentan como de su propia autoría, pero si les cuestionamos el planteamiento hecho, si les demostramos que su trabajo es producto del uso de la inteligencia artificial, nos convertimos en los docentes inflexibles y retrógradas, que estamos en contra del progreso.

No podemos prescindir del uso de la inteligencia artificial, pues llegó para quedarse, el reto es encontrar los mecanismos adecuados para usarla en favor de la formación académica y la ampliación del conocimiento, garantizando un proceso formativo integral.

Chris Duffey, director creativo de Adobe y tecnólogo de la inteligencia artificial expresó que “El único límite para la IA es la imaginación humana”. La gran pregunta es ¿cómo podemos lograr que los estudiantes comprendan las implicaciones que tiene para su formación profesional el ser autores de sus trabajos y no copiadores de contenido o generadores de este haciendo uso de la inteligencia artificial?

El educador, escritor y experto en tecnología canadiense Ian Jukes dijo que “tenemos que preparar a los estudiantes para su futuro, no para nuestro pasado”. Si bien puede parecer una frase chocante, pues tenemos la tendencia a pensar que nuestros tiempos fueron mejores que los actuales, no deja de tener relevancia en el sentido de sacudirnos como generación de transición y de aceptar todas las implicaciones que conlleva la evolución de la tecnología incluida la inteligencia artificial.

El estratega en innovación mundial y futurista Anders Sörman-Nilsson plantea que “Cuando combinamos lo mejor de la inteligencia humana y artificial, el mundo puede convertirse en un lugar mejor, y más empático”.

Si lo tomamos desde el lado optimista, con las implicaciones éticas correspondientes, debemos tener claro el compromiso que como educadores y como padres debemos asumir, pues ambos roles son fundamentales para poder guiar a las nuevas generaciones hacia un uso ético y formativo de la inteligencia artificial. Nuestra postura ante esta debe ser de comprensión y transformación en favor del proceso educativo.

*Profesora universitaria

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