Dr. Dennis A. Castro B.*
A lo largo de la historia, el ejercicio del poder ha estado estrechamente vinculado con el uso del misticismo, ya sea religioso o popular, como herramienta de control y manipulación. Cuando líderes políticos afirman tener experiencias místicas, como alucinaciones auditivas o conexiones simbólicas con figuras históricas y religiosas, se abren preguntas sobre su estabilidad mental o, en muchos casos, sobre estrategias deliberadas de manipulación con fines aviesos. Este fenómeno mezcla elementos de patología, sociopatía manipuladora y explotación del misticismo cultural, lo que representa una grave amenaza para la ciudadanía intelectual y el respeto por la democracia.
El misticismo religioso ha sido históricamente utilizado por líderes para consolidar su autoridad. Al declararse “mensajeros divinos” o señalar que actúan bajo la guía de una fuerza sobrenatural, estos líderes construyen una narrativa de legitimidad basada en la fe y la espiritualidad de las masas. En sociedades profundamente religiosas, estas afirmaciones son particularmente efectivas, ya que el discurso religioso tiende a ser incuestionable para ciertos sectores de la población. En el contexto político, los líderes que invocan figuras religiosas o mensajes supuestamente divinos buscan crear una conexión simbólica con sus seguidores, aprovechándose de su fe para desviar la atención de temas relevantes. Este uso del misticismo religioso no sólo degrada el valor espiritual genuino, sino que también desvía el debate público hacia terrenos irracionales, donde las políticas concretas y las soluciones reales pasan a segundo plano. En el ámbito del misticismo popular, los líderes políticos también recurren a símbolos nacionales o culturales para construir narrativas místicas que refuercen su poder. En Honduras, por ejemplo, se ha visto cómo algunos líderes afirman recibir mensajes de figuras históricas como Francisco Morazán o Lempira e incluso de elementos de la naturaleza, como “pajaritos”, para justificar sus decisiones o reforzar su conexión con el pueblo.
Estas manifestaciones, que podrían interpretarse como alucinaciones auditivas o delirio místico, muchas veces responden más a una estrategia de manipulación sociopolítica que a un trastorno mental genuino. Al asociarse con figuras históricas respetadas o elementos populares, los líderes intentan revestirse de autoridad moral, apelando al imaginario colectivo para desviar la atención de sus errores o acciones cuestionables. Sin embargo, estas narrativas son peligrosas porque explotan la fe, la cultura y la ingenuidad de la ciudadanía. Transforman el debate político en un espectáculo irracional, desacreditan la intelectualidad crítica y fomentan un ambiente de desinformación y populismo. El uso deliberado del misticismo, ya sea religioso o popular, puede vincularse con la sociopatía manipuladora de ciertos líderes. Caracterizados por su falta de empatía y su capacidad para manipular a las masas, estos políticos recurren a discursos místicos para mantener el control, perpetuar su poder y justificar sus acciones, incluso cuando estas van en contra de los intereses ciudadanos.
En este contexto, el misticismo deja de ser una manifestación espiritual o cultural legítima para convertirse en una herramienta con fines aviesos. Esto incluye el desvío de fondos públicos, la consolidación de redes de corrupción o la evasión de responsabilidades políticas, utilizando un discurso simbólico para neutralizar las críticas y dividir a la sociedad. La manipulación del misticismo tiene un impacto directo en la ciudadanía intelectual y el desarrollo democrático. Al priorizar narrativas irracionales sobre propuestas políticas concretas, se margina a los sectores de la sociedad que buscan soluciones reales a problemas graves como la pobreza, la corrupción o la violencia. Además, esta estrategia erosiona el respeto por la inteligencia colectiva, promoviendo un ambiente donde las emociones y la superstición prevalecen sobre la razón y el análisis crítico. En las democracias modernas, este tipo de liderazgo también contribuye a la polarización y al debilitamiento institucional. La explotación del misticismo crea un terreno fértil para el autoritarismo, ya que los líderes que se autoproclaman portavoces de lo divino o de la tradición popular se colocan por encima de las leyes y las instituciones. La mezcla de poder, misticismo religioso y popular, y manipulación sociopática representa un desafío para la ciudadanía crítica y la democracia. Es fundamental que las sociedades rechacen estos discursos y exijan liderazgo basado en la razón, la ética y el respeto por la inteligencia colectiva.
*Especialista en Derechos Humanos.