Carolina Alduvín
Una festividad típicamente norteamericana, aunque a lo largo de la historia, las oraciones de agradecimiento y las ceremonias especiales son comunes entre casi todas las culturas después de las cosechas. En los Estados Unidos es la ocasión más propicia para reuniones familiares; mucho más que la propia Navidad, dado que ésta sólo la celebran los cristianos. Es una fiesta nacional que se celebra oficialmente el último jueves de noviembre y se otorga asueto el viernes siguiente, excepto claro está, para los comerciantes que precisamente ese día inauguran oficialmente la temporada navideña. Ese viernes se conoce como viernes negro, cuando se promocionan grandes rebajas en los almacenes y una gran cadena de tiendas por departamentos organiza un enorme y colorido desfile por las calles de New York.
En Canadá tiene lugar el segundo lunes de octubre, donde la celebración se remonta a principios del siglo XVII, cuando los franceses llegaron a la entonces denominada Nueva Francia y festejaron que sus primeras cosechas fueron exitosas. Nuevos inmigrantes irlandeses, escoceses y alemanes fueron llegando al país y las buenas cosechas junto con las muestras de agradecimiento se fueron volviendo tradición. La misma se fue reforzando con la llegada de estadounidenses leales a la corona británica, quienes escaparon hacia el país del norte cuando comenzó la lucha revolucionaria que culminó con la fundación de los Estados Unidos de América.
Ahí, la tradición que ha llegado a nuestros días tuvo origen en 1623 con una celebración en la localidad de Plymouth, en el actual estado de Massachusetts, donde a la llegada de los primeros colonos, no había suficientes alimentos para todos. Los nativos de la tribu Wampanoag los ayudaron dándoles semillas de maíz y enseñándoles a pescar. Para finales de los 1660s la celebración era habitual en toda Nueva Inglaterra. La cena que se acostumbra para la ocasión consta de pavo horneado relleno de pan de maíz, con diversos acompañamientos y postres. Lo que indica que no siempre hubo persecución ni exterminio hacia los nativos, convivieron en paz.
En México se establecieron tradiciones diferentes, como diferentes fueron sus colonizadores; sin embargo, las tradiciones estadounidenses han penetrado paso a paso ahí y en Centroamérica. En nuestro país llegó con las familias que se han establecido en el territorio en calidad de diplomáticos, ejecutivos y empleados de las transnacionales o misioneros religiosos. Por mucho tiempo tal tradición fue poco conocida, hasta que las escuelas bilingües comenzaron a propagar la idea entre los estudiantes y sus padres, a partir de la década de los 50s. Más adelante los mercadólogos han copiado la idea de los viernes negros y han sido altamente exitosos en aviesa tarea de endeudar a ingenuos de todas las clases sociales con tan baja autoestima que creen indispensable igualarse en posesión de banalidades, a los de mayor poder adquisitivo.
Con todo, es una bonita tradición. Todos deberíamos ser agradecidos por lo poco o lo mucho con que se nos haya bendecido. Y no me refiero a lo material, si tenemos un techo sobre nuestras cabezas, comida en nuestras mesas y un propósito en la vida, somos más ricos que buena parte de la población que habita el planeta. Lo anterior no implica que debemos hacernos conformistas, sino que el agradecimiento nos acerca a la felicidad y el trabajo a la prosperidad. Que la máxima felicidad es la que se que comparte con la familia, los amigos y las personas menos aventajadas. Que nuestra meta en el paso por este mundo, lejos de acumular riquezas materiales sea la generosidad y el afán por ayudar a quienes los necesitan.
Con esa noble intención se promocionan quienes ambicionan el poder político, engañan a todos los dispuestos a creer, dado que han perdido hasta la esperanza. Estos se inclinan por todo lo aparentemente distinto a lo anterior, los actuales gobernantes han demostrado ser lo peor de la escoria política y encima buscan el agradecimiento de la población en forma de perpetuidad en el poder. Cuando lo único que tienen que ofrecer es ineptitud, prácticas corruptas, alianza con el crimen organizado y un discurso decadente en contra, no sólo de quienes les antecedieron, sino de cualquier otra persona o grupo bien intencionado cuyo objetivo sea recatar el país de su ideología trasnochada y su discurso divisionista basado en el odio. Lo peor que nos puede ocurrir es que llegue la ministra candidata con boca de cloaca. Demos gracias porque no será electa.