Héctor A. Martínez *
Cuarenta años de bipartidismo, tres de un gobierno “socialista” -sin contar la abúlica etapa de los militares-, ¿no serían suficientes para instalar un sistema económico que les permitiera a los hondureños alcanzar sus ideales más caros y realizarse como seres humanos? ¿Cuántas oportunidades pierden los compatriotas por culpa de este sistema fracasado que privilegia a los grupos de poder, pero excluye a las mayorías, que al fin de cuentas son la razón de ser del Estado?
Todo este alboroto electorero de promesas y expectativas, ¿no se trata de una cínica maniobra para crear falsas esperanzas en nuestros coterráneos, agobiados por las eternas penurias de las que, al parecer, no saldremos nunca?
El gran problema de la economía en Honduras, y que se ha acentuado en los últimos dos gobiernos ha sido el de permitir la intromisión del Estado en las actividades productivas, impidiendo el ordenamiento de los recursos nacionales para ponerlos al alcance de la mayoría poblacional. Nos referimos, claro está, a la generación de los negocios, a la educación y salud de calidad; a las oportunidades para poner a prueba la creatividad de los hondureños, a la seguridad jurídica. Sin embargo, las cosas siguen empeorando.
Ningún sistema social donde el Estado interviene la economía ha logrado el éxito y el bienestar de su gente. Incluso la China continental tuvo que liberalizar los mercados para superar la nefasta planificación centralizada. Todo ello, a pesar del autoritarismo monopartidista que vigila los pasos de sus ciudadanos.
Cuando creíamos que las condiciones para establecer un ecosistema altamente productivo, de frugalidad en el gasto y de comedimiento con el endeudamiento, se convertirían en una posibilidad renovadora -tras cuarenta años de ignominia bipartidista-, nuestro Gobierno no solo descuidó el rediseño institucional para potenciar los mercados privados, sino que ha contribuido a su entropía gradual, creyendo algunos de sus anacrónicos ideólogos que aquí se gesta el derrumbe del capitalismo mundial.
Lo que debe desmontarse es esa nefasta maquinaria mercantilista que impide la libre y sana competencia; desbaratar la ciudadela de privilegios y compadrazgos entre el Estado y grupillos – empresariales y gremiales- que quita oportunidades y desangra el presupuesto nacional para gratificar a unos pocos mantenidos. Lo de demoler el modelo neoliberal solo es una baratija ideológica; el “branding” de aquellos anarquistas que no tienen la mínima idea de cómo establecer un sistema generador de riqueza vía mercados libres.
Por tanto, la politización desmedida de la economía, sumada a los mercados privilegiados son los responsables de la precariedad económica de los hondureños.
¿Cómo visualiza su futuro el hondureño promedio con una economía de indicadores miserables y sin esperanzas para salir adelante? ¿Con las propuestas de los partidos, si acaso estas existen? ¿Dónde está la “intelligentsia” de la economía nacional: escribiendo fórmulas insustanciales en la pizarra, parloteando en los foros televisados, o esperando por los privilegios estatales?
Al parecer, seguiremos escuchando las mismas consignas carentes de alma y energía: “Debemos atraer la inversión para generar empleo”. ¿De cuál inversión hablan, de la que no haga competencia con sus negocios? ¿Por qué no mejor anunciar al mundo que se volcarán hacia una plataforma de competitividad regional y global, así como sucede con el café y otros pocos “commodities”? Ya debería estar la oposición diseñando el camino hacia la liberalización de la economía y, en consecuencia, de la prosperidad de los hondureños, antes que sea demasiado tarde (Referencia providencial: Daniel Ortega).
*Sociólogo