Nicaragua: el fin de la República

Arístides Mejía Carranza – Abogado

El concepto que acuñaron los romanos en el siglo VI de República está contenida en su etimología: del latín res publica, la cosa pública y en su significado moderno corresponde a una forma de gobierno diversa pero contrapuesta a la monarquía o la tiranía.

En días recientes el presidente Ortega de Nicaragua ha ordenado un cambio más en la Constitución que prolonga el período de gobierno y crea la figura sui géneris del co-presidente para otorgar ese cargo a su esposa, la vicepresidente Rosario Murillo.

Con ello todas las formas se han perdido en el vecino país y como ocurría en la perversión del derecho de los regímenes totalitarios –sin que esto signifique que considere que Nicaragua lo sea- la representación política del gobernante deja de serlo porque él encarna a la nación y su sola voluntad es la ley.

Nicaragua tiene actualmente un régimen autoritario. La represión de manifestaciones dejó un saldo de varios centenares de víctimas.

Muchos opositores han sido encarcelados bajo acusaciones de trabajar para el enemigo imperialista, una forma de supuesta traición, los medios de comunicación han sido cerrados o controlados, la Iglesia Católica perseguida. Notables figuras disidentes del mundo intelectual, empresarial, profesional e incluso una ex compañera de armas que luchó para derribar la dictadura de Somoza han sido expulsadas del país, despojadas de su nacionalidad y sus bienes.

Con todo esto queda claro que la dictadura en ciernes está en plena consolidación y que asoman rasgos utilizados en los regímenes totalitarios y que ya no hay “cosa pública” porque los ciudadanos no cuentan.

Los matices de régimen totalitario que están apareciendo consisten en la identificación de un enemigo externo e interno. Karl Schmitt, jurista del nazismo sostenía que la política se reduce al clivaje amigo/enemigo. Los nazis veían en los judíos, gitanos y opositores a los enemigos internos y procedieron a exterminarlos, en lo externo los enemigos eran los eslavos y los anglosajones considerados una amenaza para el espacio vital del pueblo alemán.

Los soviéticos por su lado utilizaron el término de parásito de forma versátil contra cualquier enemigo momentáneo que había que eliminar (clase burguesa, kulaks, camaradas rivales en las purgas) con la crueldad adicional de que el acusado debía auto-inculparse. El enemigo externo: el imperialismo americano.

Claude Lefort, teórico de los regímenes autoritarios, decía que la Unión Soviética se había especializado en la incesante fabricación de enemigos reales o ficticios, creando un ambiente de constante temor e inseguridad en los ciudadanos, promoviendo la delación y la denigración. “Era la más extraña combinación de la ley y lo arbitrario”, según sus palabras.

Es impensable que los regímenes autoritarios carezcan de enemigos a los que deban perseguir. La lógica es que el “otro”, la “otredad” de Octavio Paz, es al que hay que eliminar para subsistir como pueblo.

Hanna Arendt filósofa y teórica del totalitarismo refería que Adolf Eichmann alegó durante el juicio en Jerusalén, obedecer únicamente a la ley como encargado de la solución final de los judíos, es decir de su exterminio.

¿Por qué la “ley”?

Todo régimen totalitario necesita revestirse de una legalidad, Eichmann lo insinuó de alguna manera: una orden, así sea del propio Führer tiene limitación en el espacio y el tiempo en cambio la voluntad del Führer hecha ley es permanente y tiene jurisdicción anexa.

En el código alemán, bastó la modificación del artículo 2 que establece aplicar penas por analogía, algo contrario a la doctrina jurídica imperante.

Otro ejemplo está en el código penal soviético emitido en 1922 y en vigencia hasta los años 50, el artículo 58 borra la línea entre lo político y el derecho común para aplicarlo a todo tipo de enemigo.

Volviendo al caso que nos ocupa, la modificación de leyes o de la Constitución para acordarla con las directrices políticas específicas del régimen en Nicaragua con el objeto de perpetuarse en el poder desmantelando primero a la democracia y las garantías individuales conduce a la supresión de la república en su sentido clásico.

Lo que ocurre en la hermana nación centroamericana presupone haber acallado toda voz disidente, declarado ilegal todo lo que el régimen percibe como contrario a sus dictados y la substitución de las instituciones republicanas por la voluntad de la pareja gobernante que puede hasta decidir quién es nicaragüense y quien no lo es.

Última línea, fin de la República.

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