Rodolfo Dumas Castillo
El debate es el núcleo de toda democracia. Es el escenario donde las ideas se confrontan, donde los aspirantes a gobernar tienen la oportunidad de mostrar quiénes son realmente y qué piensan. Sin embargo, en Honduras, la ausencia de una cultura del debate no solo es evidente, sino preocupante. A medida que la polarización y el ataque personal se imponen en el discurso público, nos alejamos del ideal democrático que promueve el intercambio de ideas como un mecanismo para alcanzar la verdad y construir un mejor futuro.
No debería ser necesaria una ley que obligue a los candidatos a debatir. Participar en un debate debería ser una decisión voluntaria que refleje un compromiso con la transparencia y la rendición de cuentas. De hecho, sin necesidad de regulación, la Universidad de San Pedro Sula (USAP) ha demostrado en ciclos electorales pasados que es posible organizar debates presidenciales exitosos y útiles para los electores. Estos espacios han sido un ejemplo de cómo el intercambio de ideas puede contribuir a un proceso democrático más informado y participativo.
Los aspirantes a alcaldes también deberían participar en debates, pues las comunidades enfrentan retos específicos y complejos, incluyendo problemas ambientales, sociales, de infraestructura, educativos y de seguridad. Es fundamental que los ciudadanos conozcan las propuestas y visiones de quienes aspiran a liderar sus municipios, pues estos temas afectan directamente su calidad de vida. Los debates municipales permitirían a los votantes evaluar quién tiene las mejores ideas para abordar estas problemáticas y quién está preparado para enfrentar los desafíos locales con responsabilidad.
En el Congreso Nacional se discute la posibilidad de institucionalizar los debates, una propuesta que resulta oportuna en un país donde la diatriba ha sustituido a la argumentación. Desde la sociedad civil, también surgen esfuerzos para definir las reglas y los espacios que permitan consolidar esta práctica. Pero, ¿qué valor tiene un debate en una atmósfera saturada de descalificaciones, donde se ignoran los hechos y se priorizan las emociones? Según Noam Chomsky: “En una sociedad libre, el debate abierto es el único antídoto contra la manipulación de las ideas.” Sin embargo, ese debate debe estar anclado en un respeto elemental por la verdad.
Nuestro contexto refleja un escenario adverso. La política se ha convertido en un teatro de monólogos, donde las narrativas populistas y el ruido de las redes sociales tienden a oscurecer los hechos. En este entorno, cualquier intento de organizar debates debe partir de ciertos principios básicos: la búsqueda de la verdad, el respeto mutuo y la moderación activa.
Los moderadores tienen una responsabilidad fundamental. No son simples cronómetros del tiempo ni árbitros imparciales; deben ser catalizadores del diálogo. En un país donde el discurso político muchas veces se construye sobre medias verdades o afirmaciones sin fundamento, los moderadores deben tener la preparación necesaria para exigir claridad y sustento a los candidatos. Si los datos objetivos son ignorados o tergiversados, el debate pierde su sentido más esencial.
Además, el respeto entre los participantes no puede ser negociable. En una sociedad marcada por la polarización, los debates no solo son una oportunidad para exponer propuestas, sino también para construir un espacio de entendimiento donde se privilegie la confrontación de ideas sobre el ataque personal. El lenguaje deshumanizante y las acusaciones ad hominem degradan el proceso y alimentan una narrativa divisoria que solo beneficia a los extremos.
Institucionalizar los debates en Honduras no será suficiente si no se acompaña de un cambio cultural. Este cambio debe surgir desde las aulas, las organizaciones sociales y los medios de comunicación. La construcción de una democracia sólida requiere ciudadanos que valoren y exijan debates serios, donde el intercambio de ideas sea un vehículo para avanzar hacia soluciones reales y consensuadas. En los que se comprenda que “el arte de la argumentación consiste en ser lo suficientemente hábil para no ofender y lo suficientemente audaz para persuadir.”
Los debates no garantizan por sí solos un proceso electoral más justo, pero si constituyen un paso esencial hacia una sociedad más deliberativa. En última instancia, la verdad, como ideal democrático, debe ser el punto de partida y la meta de cualquier discusión pública. El desafío para Honduras no solo es organizar debates, sino también asegurarse de que estos se conviertan en una herramienta para superar las fracturas que dividen al país y construir un camino hacia un diálogo más auténtico y esperanzador.
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