DESDE tiempos inmemoriales se ha establecido una especie de balance y desbalance entre los fenómenos llamados “El Niño” y “La Niña”, al grado que en América del Sur desaparecieron civilizaciones prehispánicas enteras, por lo menos en teoría, por causa de las sequías prolongadas por las altas temperaturas de “El Niño”. Inclusive los griegos en su proceso de configuración antigua, experimentaron constantes incendios forestales que de alguna manera estaban ligados a problemas climáticos.
El fenómeno fue detectado, histórica y científicamente, por los pescadores peruanos quienes descubrieron a finales del siglo diecinueve que la pesca disminuía gravemente a partir del mes de enero en algunos ciclos temporales, por causa del calentamiento de las aguas del Océano Pacífico. Entonces los peces emigraban. De hecho el fenómeno de “El Niño” se produce por el calentamiento gradual, a veces severo, de las aguas del Pacifico Occidental, en las proximidades de Australia, que se desplazan en oleadas hacia el Pacífico Oriental de América del Sur. Cuando la temperatura se excede de su gradación normal, el siniestro tiene efectos en la atmósfera a nivel planetario, y de ahí las sequías y hasta las hambrunas.
Pero como los océanos y la atmósfera del planeta tienden a reacomodarse y a buscar un equilibrio, de pronto surge, como contrapartida, el fenómeno de “La Niña” con bajas temperaturas, huracanes y aguaceros monumentales. El caso de Valencia, en España, es digno de estudiarse. Parece que allá (habría que confirmarlo) los fluidos calientes del desierto del Sahara chocaron con las corrientes frías provenientes del polo norte, con las lluvias, inundaciones y destrucciones que ya todos conocemos aunque sea de forma indirecta.
Honduras es uno de los pocos países del mundo que dentro de un mismo año registra, como si se tratara de una danza macabra, los fenómenos casi simultáneos de “El Niño” y de “La Niña”. Este año 2024 registró las más altas temperaturas con una cantidad desorbitante de incendios forestales y contaminación atmosférica, por lo menos desde comienzos de la primavera hasta poco más o menos finales del mes de mayo. En el discurrir de este mismo año aparece como de la nada el fenómeno de “La Niña” mediante la tormenta tropical Sara, ocasionando lluvias y destrucciones por doquier, especialmente en la zona norte. Y es que Honduras es el país en donde se han sucedido dos huracanes continuos dentro de un mismo mes de noviembre (“Iota” y “Eta”), algo inaudito si consideramos que antes los huracanes y sus respectivas tormentas tropicales ocurrían durante el mes de octubre.
A los fenómenos anteriores es obligatorio añadir que coexistimos en la era del “Antropoceno”, es decir, una época industrial que ha venido a contaminar la atmósfera con gases de efecto invernadero, especialmente “CO2” o dióxido de carbono, hasta llegar a un punto en que casi se ha saturado la atmósfera con un gas que sólo es reversible en un lapso de cien años. Pero cuya saturación tiende a agravarse por la continua emisión de “CO2” mediante la quema de restos fósiles (derivados del petróleo) y los incendios forestales ya sean espontáneos o provocados por la mano del hombre.
En Perú y otros países poseen mecanismos para medir los niveles de calentamiento y enfriamiento de las aguas oceánicas, y así prevenir los desastres naturales. Otros países también poseen sus propias mediciones. Entre tanto en
Honduras pareciera que estamos condenados a bailar el tango de “El Niño” y de “La Niña” por tiempo indefinido.