IMPOSIBLE, en el reducido espacio de una columna de opinión, ni recurriendo a la más apretada síntesis, enumerar la inmensidad de daños sufridos o precisar las más de 59 cuentas del rosario –con que imploramos el amparo divino, apelando a su infinita misericordia en la sanación y la pronta recuperación– de todo el bien que se hizo reparando y reconstruyendo el despedazado territorio, rehabilitando los campos y las cosechas arruinadas, restituyendo el apagado brillo a los centros urbanos atormentados y brindando alivio al afligido pueblo, en ciudades, aldeas, villorrios, y caseríos fustigados por aquel bíblico diluvio que se paseó al revés y al derecho por toda la geografía nacional, sin dejar recoveco ileso, azotando a diestra y siniestra el alma misma de la nación, con sus vientos enfurecidos y bañando con sus tormentosas aguas torrenciales, de luto, tragedia, zozobra y dolor a su gente atribulada que, con fe, ahínco y espíritu de supervivencia pudo retar los designios de la adversidad.
Y solo dimos ayer un bosquejo pasajero del esfuerzo nacional empeñado, de la confianza generada y de gestiones realizadas en el exterior –en cumbres y reuniones bilaterales presidenciales, con gobiernos y pueblos amigos, que le abrieron al país el acceso a la asistencia generosa y solidaria ofrecida en los grupos consultivos de Washington, Estocolmo y Tegucigalpa, virtud de un Plan de Reconstrucción presentado como anhelo colectivo, que sorprendió al mundo entero y una Estrategia de Reducción de la Pobreza, con la que se obtuvo la condonación total de la deuda externa que habilitó a gobiernos siguientes acceder a fondos frescos en préstamos concesionales– como testimonio histórico y refrescamiento a la corta memoria de una que otra mentalidad mezquina queriendo ningunear el valor de la gigantesca obra emprendida. No sería poca cosa tampoco el copioso surtidor de reformas institucionales realizadas, en distintos campos de la vida política, económica y social. Fuera del tiempo dedicado en la restitución de las pérdidas materiales y al recorrido riguroso por todos los rincones de la triturada tierra hondureña, llevando consolación, esperanza y seguridades de alivio a tanto compatriota que, pese a su quebranto, no perdía su ánimo de ponerse de pie. Entre ellas, las reformas constitucionales para separar la Policía de la esfera militar, colocándola bajo un ministerio civil, que velase por su profesionalización y elevase la moral de sus miembros en el cumplimiento de sus asignaciones legales específicas. La reforma constitucional aboliendo la jefatura de las Fuerzas Armadas, –corrigiendo aquella distorsión en la dicotomía de mando– para colocar el instituto armado, a la par de democracias civilizadas, bajo la égida del poder civil, y de un ministerio ejecutor del presupuesto que antes era distribuido a los batallones en partidas globales. La nueva Ley de las Fuerzas Armadas, que jerarquiza en la cúpula castrense el Estado Mayor Conjunto.
(Tampoco fue poca cosa –entra el Sisimite– habilitar los fondos para sueldos decentes a los policías que no tenían ni estipendio mínimo; los incrementos salariales a los soldados y oficiales; el equipamiento, en uniformes, armas, vehículos, refacción de aviones, helicópteros, lanchas, herramientas especializadas, a los cuerpos uniformados. -Pero volviendo a los cambios institucionales –interrumpe Winston– ¿sería poca cosa la modernización y reformas al sistema judicial que mejoraron la administración de justicia? La reforma de códigos y la introducción de los juicios orales; el Consejo de la Judicatura, la construcción de facilidades decorosas para los juzgados que operaban en cuchitriles, y la dotación del porcentaje constitucional del presupuesto que nunca había sido entregado. Igual a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Como al Ministerio Público para su total organización y operación. -Y ¿sería poca cosa –prosigue el Sisimite– la reforma dando rango constitucional al Comisionado de los Derechos Humanos? Las líneas de base marítimas del Estado hondureño, el Tratado de Derechos Adquiridos, la demarcación de la frontera con el vecino y los demás tratados de límites en las relaciones exteriores. Tratados de libre comercio con México y República Dominicana. La reforma al sistema bancario estatal dejando al BANTRAL como ejecutor de la política monetaria y la creación de la Comisión Nacional de Banca y Seguros. -Tampoco sería poca cosa –agrega Winston– la integración de FONAC, en políticas de convergencia nacional; la reforma constitucional para fortalecer el sistema electoral; reformas para la descentralización y fortalecimiento municipal; leyes de transparencia, prevención y combate a la corrupción, como la Ley de Ética Gubernamental, la creación del Consejo Nacional Anticorrupción (CNA). Reformas a las leyes relacionadas con la planificación urbana, el manejo ambiental y la infraestructura para enfrentar desastres naturales y disposiciones especiales que facilitaron la cooperación internacional y la inversión en proyectos de reconstrucción. Medidas para modernizar el sistema educativo; cambios constitucionales que garantizaban el acceso universal a la educación básica. La Ley de Educación Nacional, que estableció estándares mínimos para la calidad educativa y la formación docente. Ley de Modernización Agrícola. Fortalecimiento de las políticas de gobernanza económica mediante reformas al presupuesto público y la implementación de medidas para la estabilización macroeconómica. Si con estos sólidos cimientos adelante hubo retrocesos, eso ya es harina de otro costal).