Héctor A. Martínez *
Shin Fujiyama, un reconocido youtubero japonés afincado en Honduras desde hace muchos años, tiene como meta construir mil escuelas para ayudar a mejorar el desastroso sistema educativo nacional. Ha gastado zapatos caminando desde la frontera entre México y los Estados Unidos hasta Honduras, con el propósito de obtener las donaciones para su benéfico proyecto. Todos le aplaudimos; desde las masas entusiasmadas, hasta los funcionarios del Gobierno que ven de reojo cómo un extranjero viene a hacer el trabajo que ellos deberían estar haciendo.
Sin embargo, por más escuelas que Fujiyama edifique, sus pretensiones caerán en saco roto si no se revoluciona ese obsoleto y disfuncional sistema educativo nuestro, para adaptarlo a los cambios que exige la llamada cuarta revolución industrial. Ya se ha dicho esto hasta la saciedad, pero debemos remacharlo para generar vergüenza y consciencia. Sobre todo, vergüenza.
Cuando Yuval Harari predijo que Honduras podría desaparecer como nación para el 2050, en realidad se refería a la decrepitud y obsolescencia de ese sistema de marras que desde hace varias décadas viene haciendo aguas. Es más: el tipo de educación que reciben los hondureños, por ser de muy mala calidad, genera hastío, deserción, desempleo, pobreza, aumento de la tasa reproductiva, emigración, delincuencia, e impide la movilidad social ascendente.
Las cosas se ponen difíciles en vista de que esta fase de la historia a la que asistimos, caracterizada por las anarquías de toda suerte, tiene la virtud -amenazante virtud- que ya no reconoce los viejos contenidos escolásticos; ni la memorización de datos, ni los axiomas platónicos o aristotélicos, ni cómo se colocan las notas musicales en el pentagrama.
Los mercados globales y capitalistas – así como lo leen-, sin importar el imperio que los domine, exigen un tipo de personal formado en pensamiento crítico y resolución de problemas; alfabetización digital, programación y trabajo en red, sin excluir la innovación y la flexibilidad en el puesto. “Yo ya utilizo las TIC”, me dijo muy orgullosa una profesora universitaria, ignorando que su método viene siendo como portar un GPS en una balsa sin remos. Muy bien por la profesora; otros prefieren utilizar las fotocopias de los textos que utilizaron en sus días de universidad.
En otras palabras, la educación pública en Honduras resulta menos que útil para adaptarnos a las oportunidades globales que provocan pánico entre pedagogos y empresarios. Un verdadero descalabro si consideramos que la preocupación mayor de los líderes magisteriales -como buenos sindicalistas- es quedar bien con los gobiernos, y estos con aquellos, creando una simbiosis en la que unos pocos ganan y miles pierden. Así, los indicadores en deserción escolar y de reprobación masiva en matemáticas y español se atribuyen a cualquier causa, menos al fracasado, aburrido y represivo sistema educativo nacional.
Mientras los funcionarios de la Secretaría de Educación alardean de sus “territorios libres de analfabetismo”, en conjunto con educadores cubanos -como si se tratara de una campaña guerrillera en la Sierra Maestra-, el vacío tecnológico en los contenidos curriculares va creando situaciones sociales adversas que nadie se atreve a mencionar. La exigencia de los nuevos puestos de trabajo va marginando a miles de graduados universitarios que se ven obligados a aceptar salarios mínimos a falta de competencias modernas.
Veinte Shin Fujiyama podrían dar la vuelta al mundo en 80 días, pero de nada servirá el sacrificio si nuestro fracasado sistema educativo nacional persiste en su afán de producir reservorios de conocimientos inútiles.
*Sociólogo