“ESA última anécdota de sus padres –mensaje de la amiga exmagistrada– me recordó a un maestro de postgrado que solía decir que, cuando un autor explicaba algo argumentando la posición de “la doctrina mayoritaria”, no necesariamente era cierto, pero que con seguridad era la postura que ese autor sostenía”. “Así que términos tan ambiguos como “gente” o “pueblo” para dar fortaleza a lo que se dice juegan ese mismo papel”. Alusivo a la conversación de cierre: (-Y lo otro que refiere la vieja amiga –hace memoria el Sisimite– posiblemente se le pegó del papá. “Cuando doña Margarita llegaba con alguna habladuría como “última noticia” –que a saber quién se la contó o de dónde la sacaba– don Oscar incrédulo la requería: ¿Quién dice? -Y la respuesta no se hacía esperar: “La gente dice…”).
Y otro aporte: “A que voy yo y lo encuentro”: “Invocación de un misterioso don de las madres que permite encontrar el objeto extraviado”. “Aún hoy, se desconoce la razón de tales facultades”. Otra contribución de un buen amigo del colectivo: “¿Y ahora qué…?”. La abogada amiga: “¡A veces!”, Ja, ja, ja pero ahora dicen “ambeces sí, y ambeces no”. ¡Así llevátela!, ja, ja, ja (como quien dice dejá de “JOH… der” (disculpe el detalle, pero eso significa). ¡Oí!, la nueva generación (creéle, pues). “¡Ummm, vieras cuanto! ¡Qué hay! ¡No hay!”. Una vecina amiga que pasea su chuchito: “Me hizo recordar un gran maestro que tuve, un gringote, en un diplomado de Incae: Recuerdo tanto a los catrachos –me dijo– porque siempre que estábamos armando negociaciones decían”: «Perateeeeeee… perateeeeee”. “Él la usaba como para decirle a sus equipos de trabajo “calmateeeee”… no vayas de adelantado, ja, ja, ja”. Otro amigo lector: “Ahora, los jóvenes, han adoptado expresiones que cuando nosotros crecimos, no se escuchaban”. «Y yo me quedo ¿como qué…?». También se ha popularizado una expresión que sustituye a la expresión «de todos modos»: «pero igual». Sobre la consulta al Chat-GPT sobre los gestos: “¡Qué interesante tema! En Centroamérica, los gestos y expresiones faciales son parte integral de la comunicación, y suelen complementar o incluso reemplazar palabras”: “Gestos con los labios y la boca. Estirar los labios (señalar con la boca)”: Se usa para señalar algo o alguien sin usar las manos, simplemente “apuntando” con los labios. Chasquear la lengua: “Tss” o “¡Tsk!”: Expresión de desaprobación, molestia o frustración. “Puede acompañarse de un movimiento de la cabeza hacia un lado”. “Hacer un “besito” al aire”: Se usa para llamar la atención de alguien, como decir “ven acá” u “oye”. “Es común en mercados o ambientes informales”. “Chupar los dientes (“chssss”)”: Para expresar desaprobación, disgusto o incluso lástima. Ejemplo: “Se rompió, chssss, qué mal”. “Soplar o inflar las mejillas”: Indica cansancio, resignación o que algo fue pesado. Ejemplo: Después de terminar un trabajo difícil, alguien sopla con las mejillas infladas como diciendo “¡qué esfuerzo!”. (Continuará).
(Aquí el mensaje –entra el Sisimite– ¿que si nos acordamos de la otra expresión de doña Margarita? -Pues, por las anécdotas –responde Winston– que cuentan aquí en mi casa, hay una, me imagino que, no solo era suya sino de muchos otros paisanos. Tenía una pequeña tienda de zapatos en un local de esquina alquilado, en lo que, entonces, era la calle principal del comercio; antes que un alcalde levantara todo el empedrado colonial para meterle adoquines y quitarle, tanto al parque central, como a sus alrededores, el antañón atractivo pintoresco. El calzado era buscado por estudiantes de los colegios ya que era resistente, y duraba varias temporadas escolares. Vendía el par a 21 lempiras. Pero si clientes conocidos le pedían rebaja, les decía: “Por ser vos”, te lo dejo a tanto. Cuentan que terminaba dejándolos –“por ser vos”– hasta en 19.50. Una vez llegó una humilde señora, con su hijo; se probó los zapatos y le quedaban cheques. Sacó de su carterita los billetes y las fichitas para contar cuánto tenía, y sin pedir rebaja, con semblante triste, dijo que no le ajustaba. Pues –“por ser vos”– le rebajaron otro poquito, pero aún con eso, no era suficiente. Hasta que Carlitos metió su cuchara, revelando que a la última señora que le vendió zapatos, se los había dejado a lempiras 19.50. “Esa cantidad sí traigo” –exclamó la señora– y pues, ni modo, ni hablar de la agria mirada que le clavó su mamá por infidente; pero el niñito salió sonriente con sus zapatos puestos).