NUESTROS campesinos, en vez de ducharse todas las mañanas suelen lavarse las manos y la cara en una palangana de agua. Es raro que vayan a bañarse al río “porque el agua está muy helada”; o a la quebrada porque se ha secado. Otro tanto les ocurre a los obreros y a los oficinistas de las ciudades, dado que les llega el agua potable una vez a la semana o cada quince días, y son pocas las reservas en las pilas recolectoras, también ellos prefieren lavarse las manos y el rostro con algo de jabón. O limpiarse, en el mejor de los casos, las partes íntimas con alcohol. Así se marchan a sus trabajos a emprender sus tareas cotidianas, que por regla general son repetitivas y poco encantadoras.
El primer dilema revienta en el camino cuando se trata de lavarle el rostro a una comunidad entera, acostumbrada a las prácticas hurañas. Sólo el “Día de la Madre” o el 15 de Septiembre, o tal vez en las fechas navideñas, los jóvenes de ambos sexos se bañan y se visten con sus estrenos con el fin de llamar la atención y de aventar las redes a los ángeles del amor. O a “Cupido” para ser más explícitos. Después volvemos a la gris normalidad.
Un segundo desafío, y probablemente el más importante de todos, es cómo limpiarle el rostro y el cuerpo a un país que ha caído en mal predicamento en una región o en los niveles continentales. Ya sea por el bajísimo rendimiento económico, por el mal manejo de las cuentas nacionales o por la presencia agobiante del crimen organizado en las esferas internas y externas, con los ramales añadidos de la delincuencia común.
Ya sabemos que las dificultades anteriores se presentan en diferentes países, incluso en aquellos que han alcanzado un alto nivel de desarrollo. Como se dice popularmente: “en todas partes se cuecen habas” y “todos los gatos en la noche son pardos”. Pero es que en este caso nos referimos a los hechos que se salen de sus cauces normales y embadurnan de lodo pegajoso al resto de la sociedad, llevándose de encuentro a justos por pecadores, expresándose el fenómeno en actos de incultura, en pésimas relaciones interpersonales, en los tristísimos niveles de pobreza total y en los altos índices de delincuencia organizada, la cual viene a robarse las vidas preciosas de varios paisanos casi todas las semanas.
La pregunta que en consecuencia suena como un tambor mayor de los siglos, es cómo limpiarle el rostro y el cuerpo a todo un país llamado Honduras. Sabemos que la mayoría de los hondureños son personas honestas y trabajadoras, y que dadas las circunstancias su población joven se autopercibe orillada, en la actualidad, a emigrar a fin de encontrar un mejor destino laboral, aun cuando las rutas intermedias parezcan infernales. Todos sabemos los riesgos que corren nuestros paisanos al caminar por senderos plagados de trampas, serpientes, coyotes y escorpiones. Pero casi todos hacen el intento porque un sueño sublime se impone por encima de sus propias capacidades individuales.
Limpiarle el rostro a Honduras es una tarea de todos los hondureños. Especialmente de aquellos que dirigen las empresas públicas, mixtas y privadas. Parejamente los profesores de los distintos niveles de enseñanza del sistema educativo nacional, en vez de pasarse acariciando sus ombligos devienen obligados a trazarles a los niños y adolescentes las rutas indispensables del desarrollo individual y colectivo. Se debe capacitar a los jóvenes a fin de evitar la cultura confrontativa y sustituirla por la del sentido de cooperación, en tanto que se trata de la patria de todos en donde los nuevos retoños deben tener, frente a sí, el faro del desarrollo integral de un paisanaje sin excepciones.