Julio César Galán (1978, Cáceres, España). Actualmente es profesor contratado doctor en la Universidad de Extremadura.
Autor de los siguientes poemarios: El ocaso de la aurora (Sial, 2004), Tres veces luz (La Garúa, 2007), Márgenes (Premio de poesía “Villa de Cox”, Pre-textos, 2012), Inclinación al envés (Pre-textos, 2014), El primer día (Isla de Siltolá, 2016) y Testigos de la utopía (Pre-textos, 2017) y Un adiós abierto (Pre-textos, 2023). Además, ha publicado como heterónimo los siguientes libros de poemas: Gajo de sol (Diputación de Cáceres, 2009), La llanura (Premio de poesía “Vicente García de la Huerta”, I.E.S Suárez de Figueroa, 2016) y Para comenzar todo de nuevo (Ay del Seis, 2017) de Luis Yarza; ¿Baile de cerezas o polen germinando? (Ediciones Idea, 2010) y ¿Una extraña orquídea o un superviento estelar? (Bala Perdida, 2021) de Pablo Gaudet; e Introducción a la locura de las mariposas (Tigres de Papel, 2015) y Maldita épica salvaje (2023) de Jimena Alba.
Como ensayista cabe destacar: Ensayos fronterizos. Entre el poema y la heteronimia (2017) en coautoría con Óscar de la Torre y Jimena Alba; El último manifiesto (2019) de Jimena Alba; Crónica, crítica y muerte de un heterónimo (2022) de Óscar de la Torre; Cuaderno de Sombrario (2020) y Correos a los editores. Poesía Especular/Poesía non finito (2021) como Julio César Galán.
Entre sus textos teatrales podemos citar los siguientes: Eureka (2014), La edad del paraíso (2016), No. Bocetos de un libro futuro (2021) y De aquella manera (2023).
Transparencia
Esta llanura se desenrolla hasta el adentro de los bosques o el horizonte en lluvia (la metamorfosis de las pupilas). Hago de mi mano un parasol, visera para la luz. Miro la mano, casi se transparenta su forma: agua que arrastra estrellas extinguidas, aquella sangre del sol que va a ser luna (¿los acantilados de la soledad?), esta ala esencial del vuelo interminable que roza la piel de las orquídeas, que queda suspendido en el raudal del aire (un diente de león ha soltado su cabellera). Aves sin forma que vuelven al nido y tú ya vas siendo tus otros.
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La sien descarnada por péndulo y en la oscilación los ojos van y vienen (desprenderse ha sido inevitable). Todavía el sol no ha penetrado en la nieve de los azulejos. Por su blancura se deslizan dulcemente los ojos, vigías del insomnio, y dentro del fondo del blanco se exalta el destierro del mar en una caracola. Algunas luces insinúan signos que son labios, es decir, juego con las palabras mientras la conciencia se estira en olvidos, ausencias y desencantos. Nos dijimos: “Ni siquiera tú, testigos de tus aguas, llegas a completarte, a manifestarte y sólo esculpes estrellas […] bajo ese castigo de las cosas. Allí toma origen el cuerpo que desconoces bien e inconscientemente despunta de ti en la abstracción de tu soledad”. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
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Al acercar la oreja a la almohada escucha el trasiego del mar o de los coches. Desparecieron las calles y los rostros. Los párpados se cierran, pero no se cierran. Lejanías y presagios. Las afueras de las afueras de las afueras. La dialéctica entre los astros y los objetos de su habitación: hecho sonoridad en el hilo que les une.
En la precisión de separarse de sí mismo el nombre se fue diluyendo. Después de aquellos presagios, ¿qué fue de nosotros? Soledad en progresiva solidez: pocos son los límites de las manos, ninguno. Sin resistencia a la dureza ha excedido sus bordes y la proporción de su cuerpo es traspasar. Duermevela y semejanza con cada cima: la ronda por la locura. En el pasillo se escuchan los pasos de aquel que te nombra y humea en este que estoy: horizonte que refleja esas manos posiblemente mías.
(El ocaso de la aurora, 2004)
Sobre el nivel del mar
Ansío toda luz porque un día fijé el mundo
con mi dedo índice,
y amo
el correr de los ríos porque de algunos peces
aprendí hondura.
Fueron mis ojos quienes miraron por primera vez
que en la caída de los astros se escondían
un niño y una rueda.
Siempre me hice invisible cuando los hombres
pusieron sus manos
sobre mi fingida presencia,
y cuando tuve un brazo que parecía un ala,
las flores que brotaban en los tejados me otorgaron
las dádivas de un vientre,
esta es la única verdad que he conocido.
A dos mil pies sobre el nivel del mar
la marcha de los pasos deja de orbitar,
el frío aumenta toda lucidez,
y la respiración es lenta
como la vida en las montañas
y en las ermitas, el corazón renuncia
a cualquier renuncia,
y la única doctrina es la fecundidad.
Nuestro propósito es crecer cuando creamos
y amar a cuanto no desgarre,
alimentarnos de nosotros mismos y no golpearnos
en soledad
y que cada vez que el mundo sea la primavera
nos despojemos de cuanto fuimos
y seremos, formando
la columna que une nubes, espacios y semillas.
El truco no es difícil ni complejo, solo se necesitan
algunas dosis de serenidad, concentración y sencillez.
A seis mil pies sobre el nivel del mar-y subiendo-
los ojos van perdiendo su nostalgia y para no cegarnos
tengo que demostrar
mi destreza en las diferentes artes de la distancia
y para que no se dilaten las venas el oxígeno
tiene que ser lo más escaso posible.
Se aligeran,
se aligeran las manos, los pies, el pecho, los lastres se reducen:
las personas que un día me nombraron hacen el mismo
ruido que las hormigas.
Sigo el rastro de los cometas,
de las galaxias que comienzan cuando un huevo se rompe,
de esa gracia tan tuya de armonizar
mis extremos.
Solo me he dado opción a mudarme en un hoy,
en un hoy que renace, confirma y desprecia.
Poco importa la muerte ahora. Poco importan las palabras ahora.
Poco importa que el mar haya expulsado a quien
movía su repetición.
Los restos de la fiesta quedan aún en mi boca, aún
me ofrecen mucho juego, aún brillan como miel secreta.
A diez mil pies sobre el nivel del mar
solo quedan los labios,
el nacimiento de unas risas entre las sábanas
y las luces que como gotas de rocío resbalan
sobre este mármol.
Regreso para celebrarme
He sumado estos sauces
y el resultado es infinito.
Se ha abierto entre suma y suma
un sí de brazos y una lejanía
de gentes y una claridad de deseos.
Todo lo escrito lo llevamos dentro.
Crecen las manos como girasoles
ausentes de horas; fijas como el vuelo
de aquel cernícalo sobre su presa.
En los jardines juegan los muchachos,
se achican ilusorios en su luz,
se abren en círculos hasta mi pecho.
Yo prosigo mi suma: quiero,
sencillo
y alegre, perdurar en la alegría.
(Tres veces luz, 2007)