Segisfredo Infante
Estaba intentando leer un libro destartalado de Edmundo Pinto Mejía titulado “Así es Honduras”, editado en 1973. Es un texto historiográfico adquirido en una venta de libros usados. Podría ser que se tratara de un texto de lectura apropiada para niños de cuarto grado de educación primaria, en el caso remoto que las nuevas generaciones lean libros con un nivel ilustrativo semi aceptable. Pero en eso recordé que mi amigo Medardo Mejía había publicado un relato previo titulado “Aquí así es…”
Miguel Karías, con “K” de Kremlin, me facilitó la primera referencia del cuento medardiano “Aquí así es”. Me aclaró que la versión original era de Medardo Mejía, pues resultaba obvio que él había salpicado el cuento con sus propias palabras y versiones, que daban ganas de partirse de risa. No sé cuál de las dos versiones valdría la pena traer a colación, si la de Karías con “K” de Kremlin o la de “Don Medardo”, o entremezclarlas a fin de volver más interesante el cuento.
Sucedió que un hombre llamado Efraín Zamora que vivió en Estados Unidos una larga temporada de treinta años se vio en la circunstancia de retornar a su patria hondureña por causa del fallecimiento de un hermano en la ciudad de Danlí. Lo extraño es que regresó por barco y atracó en La Ceiba, en donde lo esperaba un pelotón de individuos dispuestos a utilizarlo de polígono de tiro. Más tarde un jefe de escolta lo condujo hacia una cárcel hedionda en la ciudad-puerto de Tela. De ahí en adelante, rodeado de soldados, lo montaron en un tren hacia San Pedro Sula, sin comida ni bebida. Cada vez que Efraín Zamora preguntaba con buenos modales qué es lo que estaba ocurriendo, al unísono le contestaban: “Es que aquí así es…” (Aunque dijo que era un viejo amigo del general Francisco Martínez Fúnez, se negaron a soltarlo; más bien lo amenazaron con arrojarlo al río Ulúa).
Al día siguiente, “con ruido de fusiles y salveques, lo llevaron al campo de aviación. En el campo el coronel de la escolta conversó en voz baja con el gringo aviador, quien dirigió una mirada inexpresiva al reo.” (…) “En el vuelo sólo él venía de pasajero”. (…) “Descendió el avión en Toncontín. Salió don Efraín con su talante de profesor de altos estudios, dirigiendo la vista a todas partes. No había un alma nacida en el campo. Lleno de dudas se paró entre sus dos valijas y se puso a esperar.” (…) “En eso se acercó un carro lujoso. Del carro salió don Julio Lozano, quien iba al sur y de casualidad llegó allí. Reconoció al viajero y fue a saludarlo: –Ajá, Efraín, al final regresaste al país.” (….) Don Efraín explicó cómo había llegado y le agregó que esperaba la escolta que lo condujera a la ciudad. “Lozano sentenció: –Te vez libre y estás esperando pencos. Andate para tu casa sin cuidado. Lamento lo que te ha sucedido. Pero es que aquí así es…”
La anterior es la versión de Medardo Mejía. La de Miguel Karías con “K” de Kremlin (más conocido en el mundo de las letras como “Pan Blanco”) es más divertida. Miguel relataba que un hombre que había estudiado en Estados Unidos llegó en un avión al Aeropuerto Internacional de Toncontín en Tegucigalpa: Al bajar las escalerillas lo esperaba un carro blindado de color negro que luego lo condujo a las cámaras de interrogatorio, donde le lanzaron las más extrañas preguntas. No les pudo contestar nada porque nada sabía de aquello que le preguntaban. Y nadie le creyó que su hermano había fallecido. Después de un largo mes de prisión y de interrogatorios lo soltaron y los policías se quedaron con las maletas del viajero. Íngrimo salió a deambular por las calles, solicitando ayuda y alimentos.
Quince días más tarde se le volvió aproximar, ahí por el mercado “San Miguel” de Tegucigalpa, el mismo carro negro blindado, y sin explicarle lo introdujeron en la parte de atrás del feo automóvil. Pero esta vez lo llevaron, encapuchado, al “Ministerio de Salud” y lo empujaron hasta una oficina que era propia del señor ministro. Entonces los policías le dijeron, ya sin vocearlo: Lo traemos a Usted aquí, por órdenes superiores, para que se haga cargo del Ministerio porque la anterior jefatura no servía para nada.” (…) “No comprendo nada de lo que me está pasando.” No importa, le contestaron, “Es que aquí así es…”
Las dos versiones, tanto la originaria de Medardo Mejía como la recreada de Miguel Karías con “K” de Kremlin coinciden en varios puntos. Pero hay que aceptar que es más sobria la de “Don Medardo” y más divertida o hilarante la de Miguel. Lo que falta es indagar hasta qué punto tenían razón los dos amigos, ya fallecidos, al caracterizar las formas de comportamiento de los hondureños de ciertas épocas respecto de los habitantes de los hermanos países centroamericanos.