“MIRE lo que dice Borges –mensaje de la leída amiga– de las notas al pie”. (Se parece a lo que dice usted sobre las trivialidades): -“En mi curioso ayer –contesté–, prevalecía la superstición de que entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar”. “El planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil, el Congo Suizo y el Mercado Común”. “Casi nadie sabía la historia previa de esos entes platónicos, pero sí los más ínfimos pormenores del último congreso de pedagogos, la inminente ruptura de relaciones y los mensajes que los presidentes mandaban, elaborados por el secretario del secretario con la prudente imprecisión que era propia del género”. (Fin de la cita). “Todo esto –prosigue la amiga con sus propias anotaciones– se lee para el olvido”. “Porque a las pocas horas lo borrarán otras trivialidades”. “Lo actual y lo urgente es una apariencia, una falsedad detrás de la cual se esconden las realidades genuinamente significativas, importantes, que prefieren quedar relegadas a la humilde posición de una nota a pie de página”. “Estas realidades son tan ubicuas e indiscutibles que solo nos acordamos de ellas de pasada, al margen, entre líneas, como si nada”. “El intríngulis de casi todo lo que ocupa la primera plana de la actualidad descansa sobre un número nada metafórico de notas a pie de página”.
Otra lectora amiga: “Recuerdo mucho su “¿y entonces?, en las reuniones con la juventud liberal”. “También recuerdo que atendía a personas que al solo sentarse le decían ¿cómo está ingeniero… qué hay?”. Usted les contestaba: “Bien”, y “dejaba de escribir, giraba su silla y la persona no hallaba qué conversar”. Y usted le decía: “¿y entonces?”. “El acompañante se quedaba mudo”. “Como éramos varios, resolvimos el asunto nuestro con una petición que le hicimos y salimos contentos, pero la persona a la que me refiero, seguía muda”. Alusivo al relato de ayer: (“De niños, al anochecer, mi papá nos contaba cuentos para adormecernos”. “Algunos de ellos inventados y otros una mezcla de realidad y fantasía”. “Tan cautivadora su pausada voz e intrigante el relato que lejos de conciliar el sueño, de pronto espabilábamos interactuando con un “¿y entonces?”, esperando que continuara”. Seguía hilvanando el cuento hasta que, cansado de tanto “¿y entonces?”, ponía punto final: “Ya no hay más “entonces” –advertía– duérmanse ya”. Ahora, quizás, rememoración de esas vivencias, en los diálogos o alocuciones, inconsciente o conscientemente, para ligar un pensamiento con el otro, con frecuencia intercalamos el “entonces”. “Pero también, es un recurso del buen sentido del humor, en las conversaciones”. Digamos, a una larga explicación que ofrece el interlocutor, cuando pausa, esperando una reacción, basta con corresponder: “¿y entonces?”. “Eso lo desubica, pensando que no es suficiente, para que continúe hablando”. “Si al concluir, otra vez, se le repite “¿y entonces”, hasta exasperarlo”).
(Hablando de los pies de página –entra el Sisimite–: ¿Y entonces qué pasa? ¿Y entonces qué más?/ si todo está dicho, ¿no hay nada, además?/ ¿Y entonces? ¿Por su lado va cada cuál?/ ¿si queda un “y entonces” seguimos igual? -Winston no es de los que se queda callado: ¿Y entonces seguimos? ¿O al fin acabó?/ ¿paramos? ¿El “y entonces”, no continuó?/ a no ser que entonces, sea circular/ “¿y entonces?” de nuevo, ¿volver a empezar? Acaso el “y entonces” ¿es nunca jamás?/ Si el anillo se rompe, entonces tendrás/ no un punto seguido; un punto final).