LA memoria –mensaje de la nieta– puede distorsionar, con el tiempo”. “Nuestro cerebro selecciona, modifica y, a veces, incluso crea recuerdos según las experiencias, emociones en un contexto distinto”. “En parte, esto sucede porque recordamos más fácilmente lo que es relevante o emocionalmente impactante y, con el tiempo, ciertos detalles pueden desvanecerse o modificarse”. “Además, cada vez que recordamos algo, lo “reconstruimos”, ya que se trata de un proceso en que los recuerdos suelen transformarse”. (Alusivo a lo que decíamos ayer que “los recuerdos y la memoria pueden traer de vuelta momentos pasados de forma tan vivificante que rozan la inmortalidad”. “La naturaleza de la memoria, con el transcurrir del tiempo –sugieren unos versos ofrecidos en el editorial– es tal que los recuerdos pueden tener una calidad de eternidad que trasciende el tiempo lineal”).
(¿Y qué pensás –tercia el Sisimite– de eso que manda a decir la nieta? -Que no deja de tener razón –responde Winston– la memoria es elástica, no funciona como fichero fijo ni tiene la rigidez de la materia inerte. Opera –procesando vivencias– como una red de conexiones neuronales en el cerebro. Pero no registra fotocopias exactas de los hechos sino porciones. Quizás, las que más impresionan. Los recuerdos son una reconstrucción de lo pasado –que tiende a ser modificado con el tiempo–influenciado por emociones, creencias, y la naturaleza del momento. –¿Habrás leído –interrumpe el Sisimite– lo del subconsciente, de Sigmund Freud? Que “la memoria no solo es accesible en forma consciente sino también inconsciente”. Y que “el subconsciente guarda recuerdos reprimidos, que resurgen en los sueños, o aparecen como síntomas de algún trastorno, que afectan nuestra vida emocional”. -Yo no quiero hablar de padecimientos –reprocha Winston– si nos referimos a unos versos del Rubén de “los Daríos” y a otros del Jorge Luis que no era Luis, ¿cómo suenan estos de Octavio Paz, evocando “el recuerdo que desfallece en la memoria que lo transforma”?: “Todo es verdad y marcha hacia su centro,/ como un largo sonido que desvanece,/ soy, sentado, un desierto de memoria/ arrastrado por tu ausencia al centro puro”. -Te respondo –vuelve el Sisimite– con una acrobacia lirica de Antonio Machado, sugiriendo que el recuerdo y el olvido son segmentos de la misma esencia: “El recuerdo, cuando es más lejano,/ se convierte en olvido./ Ya no sé si fui lo que he sido/ o lo que he soñado en vano”. -Ni se te ocurra –interviene Winston– cerrar este mano a mano sin incluir a Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto. ¿Sabías qué, para no contrariar a su padre, dada su vocación a las letras, desde temprana edad, adoptó el seudónimo de Pablo Neruda?: Versifica el vaivén entre el olvido y el recuerdo que, aun siendo el olvido una pérdida, resulta ser, a la vez, una forma de preservar la esencia de lo perdido: “Sucede que me canso de ser hombre/ pero nunca del olvido;/ en él renace, intacto, lo perdido,/ como se oculta el mar bajo la sombra”).
(Y ¿qué en conclusión sacás –indaga el Sisimite– de las perlas de inspiración de todos estos poetas? -Cada cual –filosofa Winston– alude a la memoria como un don para hacer de los recuerdos algo imperecedero en el tiempo, y transformarlos de tal forma que hasta pudiesen trascender a lo inmortal. Es la milagrosa propiedad de la memoria de crear y de destruir; dar vida al recuerdo, rescatando sombras, luces y fragmentos, transformándolo en el proceso de rememorar, o dejando que caiga en el olvido, hasta que algún día, quizás, por la gracia enigmática de su encanto, vuelva a resurgir).