Por Rafael Felipe Oteriño
(Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata, Argentina, en 1945. Ha publicado doce libros de poesía, el último: Y el mundo está ahí (2019). Su obra se encuentra reunida en Antología poética (1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (2008) y Eolo y otros poemas (2016). Premio del Fondo Nacional de las Artes (1966), Premio Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Primer Premio Nacional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (1985/88), Konex de Poesía (1989/93), Consagración de la Legislatura bonaerense (1996), Premio Nacional Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014) y Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (2019). Ejerce la docencia universitaria y la crítica literaria. Como su generación literaria, hace de la poesía un instrumento de indagación más que un medio de celebración. Codirige la colección “Época” de ensayos sobre poesía. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras).
Las palabras
No son de nadie: giran en la noche.
Sometidas a presión envilecen
y el uso de los cuerpos las devuelve
al limbo de donde vinieron.
Helas ahí: flotando como élitros
que ninguno ve.
Hasta que de nuevo las oyes
y regresan, henchidas de una esperanza
que ya no moraba entre nosotros.
Líneas de la mano
Líneas de la mano, líneas de la vida,
puntos cardinales extraviados en la piel,
les ruego que no digan toda la verdad:
si la vida será corta en extremo
afirmen que la mirada miente,
y que una lectura más atenta podría revelar
cuánto recorrerán los pies,
cuánto rogarán los labios todavía.
Lengua madre
Lengua madre, ven. Desciende
de la mano de quien más gustes:
de Rimbaud, el ladrón; de Pasternak,
el traidor; de San Juan de la Cruz.
Ellos son mis amigos, me ayudan a ver;
en la oscuridad, me guían.
Me dan señas claras de que existes,
y que un día vendrás –también hasta mí-
a tomarme de la mano.
Final de la partida
Hemos sido lastimados, lo sé.
Pero si hacemos las cuentas
como al final de la partida,
caerá desde lo alto
ese vino rugoso que en copas
neblinosas bebimos.
O aquel sobretodo negro –de poeta-
tan grande como nuestro
corazón inexplorado.
Y todo lo otro desaparecerá, fugaz
como la partida.
Dadme
Dadme, mis mayores,
dos grandes ojos que bizqueen
para entender el tiempo presente.
Un tercer ojo de profeta o de cíclope
para conocer el tiempo que vendrá.
Y una regla lesbia en las manos
para medir vuestra inocencia.
Artes
Primero, el arte de ser derrotado;
luego, el arte de conversar a solas;
más tarde, la sublime indiferencia;
por último, el arte de no ver nada
aun viéndolo todo.
Cuánto tuvo que aprender esta cabeza
para ser calva, enteramente calva
-por dentro y por fuera-,
en el camino de una nube
que se aproxima despacio.
Nubes
Ver en las nubes lo que somos,
acunar su recortada sombra,
probarse, antes de tiempo, su rostro callado.
El secreto: confiar en las nubes,
deletrear nuestros nombres con señales de humo,
adivinar el rumbo destejiendo su tela.
Esa vez, Platón
Esa vez, Platón se equivocó: los poetas
no devuelven imágenes repetidas,
no conspiran contra la fidelidad de los espejos.
Hacen que el árbol de la razón
parezca enano. Que los espejos
devuelvan nuestro verdadero rostro,
deformado; tal como es: con ojos hundidos
y una luna que lo baña y enmudece.
Los poetas rescatan la moneda
que se perdió en el fondo del lago,
la gota que sin cesar perfora la piedra,
y eso también concierne a la República.
Hacer tablas
Ética mínima:
no vencer ni ser derrotado.
Comenzar de nuevo.
La aurora y el poniente
en el mismo abrazo.
Hacer tablas.
Una geografía sin héroes.
Me explico:
la dulzura diaria
de mover nuevamente las piezas.