Celia Lorenzo (La Orotava, Tenerife, 2004) estudia el grado Español: Lengua y Literatura en la Universidad de La Laguna y en la Universidad de Granada. Publicó su novela corta Autofagia (Ediciones La Palma, 2022) tras resultar ganadora del Festival Índice 2021. Su texto La Clementina fue incluido en la antología de nuevos flujos de literatura canaria Te pondrán flores en el estómago (Ediciones La Palma, 2024). Ha participado, entre otros, en la V Edición del Festival Hispanoamericano de Escritores 2023.
Foxy eyes
Una vez el rostro drenado, los brillos recompuestos, desactivada la sospecha de las cejas y bien corrompidos los labios, toca el último eslabón del apaño facial: el rabito ajeno. Rabo que tú pronunciarías diptongado y sin miramientos como eyeliner. Una línea finísima o un poco gruesa, según pulso, que abraza el culillo del ojo y estira una pequeña pata hacia arriba.
Siempre llevo los ojos enmarcados en un diseño gráfico: clásico para cumpleaños de amigas con las que ya solo comparto el código postal; de gato para picotear queso cremoso de importación y aceitunas kalamata junto a un hombre poco menos que conocido; look ahumado para recoger el queso cremoso de importación y las aceitunas kalamata en un sitio poco más que conocido; en sentido invertido como medida de higiene social, bien para acudir a una entrevista de un trabajo que igualmente no queríamos conseguir, bien para que aquellos que acostumbran a profetizar sobre una no sepan si preparar una metáfora animal o un insulto racista; de estilo alado para que aquellos vean unos globos oculares tan sensibilizados que se descubran pensando «¿Cómo es que cabe tanta gracia en un ojo tan negro y tan redondo?»; y, mi favorito, el eyeliner flotante, en el que acomodo una semicircunferencia en colores metálicos sobre el párpado móvil, de tal manera que me deja descansar por un rato del contacto visual.
Me dice mi madre que tengo una dependencia enfermiza al eyeliner «Hija, ¿también para tirar la basura?» pero quién sabe si la mirada del contenedor de envases estará más demandante esa noche, quién sabe si me cruzaré con el hijo de Pamela, me gustaría que pudiera decirle a su madre que la sobrina nieta de Mariano tiene unos preciosos ojos de zorra depredadora. ¿No son los ojos propiedad privada? ¿No es la propiedad privada susceptible de que se le coloquen tantos apéndices como una quiera? De subarrendar medios garajes y alquilar bajos sin ventana nadie dice nada. El ritual de precintar la mirada es mucho más que una estrategia para parecer más despierta o simular estar más viva; le sucede un ejercicio de limpieza que obliga a reparar sobre la propia mirada durante varios minutos, depura el párpado de sucedáneo y nos devuelve unos ojos niños que no me acuerdo ahora bien de cómo son. Y a cada uno de los estilos lo precede un ejercicio de simulacro, de espera, que reorganiza la cara según sus angustias concretas, se pliega sobre sí mismo y se despliega para el resto. Hay en ese rabillo una intuición muy clara, la de que necesito ser mirada para ser vista, y que para ser mirada hay que dejarse ver.
Je m’appelle Barbara
Diré entonces
cuando ya me haya interrogado
con los frisos de las estancias
más remotas de la casa
más remota de las casas
y haya pasado los elásticos
más remotos de las bragas
más remotas de las bragas
Sepa si es quema
o teflón o teflón quemado
la escara satinada
que me brota en las sienes
Haya terminado con el tipo
de anulares largos
y empeines cortos
con ansias de reconstruir
Yugoslavia
[me haya desasido,
por fin, del yugo
de sus labios]
Afirme, con la misma certeza
con la que domesticamos al fuego:
perenquenes y cernícalos
no son mascotas
Asuma haber escogido alemán
a sabiendas
de que el mercado galo pide
las costas más blancas,
las costras más negras
Desconozca los perfiles
del simulacro y deje
de contarme el dorso de
los dientes por si me hubiera
crecido un par nuevo
Use el agua para beber y hablar
transparente y no para fingir no hablar
y beber transparente):
Me la pela una barbaridad