Sus antecesores laboraron por más de siete décadas en esta calle antañona, a la que todos los capitalinos conocen como el barrio Guanacaste, en un oficio que ahora está en extinción. En ese entonces, hasta la crema y nata capitalina se contaba entre su clientela, que se ha ido retirando conforme comenzaron las masivas importaciones de calzado usados. “Quiero que en esta entrevista invite a la gente a que nos visite”, dice Jorge mientras repara unos zapatos que a las dos horas los deja como nuevos. Llegó este puesto de trabajo a mediados de los años 80, cuando la zona conservaba su pasado colonial, empedrada, pocos negocios, un cine de películas pornográficas y el emblemático mercado San Miguel, como referencia. Entre puntazos de su colección de leznas, el último zapatero de la vieja generación de la avenida Gutenberg describe la metamorfosis de la ciudad, la gente y el quiebre de su negocio. Durante la entrevista, ha pasado por alto la poliomielitis que le inhabilitó la pierna derecha desde los dos años, pero cuando ahonda en detalle del sesgo social para los discapacitados como él, se derrumba y llora: “Mucha gente piensa que somos un estorbo”, subraya. Coraje, inclusión y arte están detrás de esta historia.
–¿Cuántos zapateros como usted quedan en la ciudad?
Muy pocos, unos en los mercados y en la Isla, debajo del puente, pero nosotros somos los más antiguos, los que estaban antes de nosotros tenían 70 años en esta avenida, que se llama Gutenberg.
–¿Cómo era esta calle en ese entonces?
Ha tenido un cambio radical como toda la ciudad. Primero, era empedrada, luego, de asfalto y, recientemente, la remodelaron desde el Parque Finlay.
–¿Cómo vivió ese cambio de época?
Fueron tiempos que no volverán. Yo nací en Tegucigalpa y en mi niñez bañábamos en pozas y no nos faltaba la sal para comer mangos de los palos. Todo era más sano, aunque siempre se hablaba de que había que tenerle miedo más a un policía, que a un ladrón.
–¿Trabajó en otro oficio?
Mi primer trabajo fue la zapataría, después me pasé a trabajar con mimbre varios años, pero cuando subieron los materiales, me volví a la zapatería.
¿Cómo está su negocio?
Mire, el zapato usado vino a matar a los zapateros como yo y los talleres locales, porque ahora venden zapatos de marca y baratos, eso ha sido la causa que la zapatería se esté perdiendo, antes uno ponía una plantilla todos los días.
–¿A estos zapatos qué reparación les está haciendo (en el momento trabajaba con un par de calzado)?
Estoy costurando, luego, le voy a dar un color café con chemicol para que quede listo. Yo aprendí la zapatería desde joven, pero ahora solo me dedico a reparar.
–¿Cómo llegó a esta calle?
Por medio de un amigo, su papá tenía este puesto, pero él se enfermó y me pidió que le viniera ayudar y después me quedé yo. Ya tengo 38 años aquí, vengo antes de las 7:00 de la mañana de lunes a sábado.
¿Cuánto cobra por una reparación?
Depende del trabajo, hay de 80, 100, 150, 180 lempiras, pero, ya botas tiene otro precio; aquí hacemos cualquier trabajo, con mucho deseo, estilo, porque la zapatería es un arte que se está perdiendo porque la gente ya no quiere reparar zapatos, por eso quiero que en esta entrevista invite a la gente a que nos visite.
–¿Siempre hay trabajo a clientes?
Hay días “pelados”, no todos los días son iguales, unos son nublados, otros son claros, pero al final, nunca me han faltado los frijolitos.
–¿Cuál es la clave de las puntadas?
Se mete la lezna, saca la hebra, tiene un ganchito que uno lo busca, agarra la hebra de hilo, jala y mire, es una puntada que en una máquina no se puede hacer porque hay que desarmar todo el zapato. El reparador es como el que pinta un carro, no queda lo mismo, pero queda bonito, eso debe entender la gente.
–¿Cuánto tarda en una reparación?
Depende las puntadas que lleve y las leznas, no todas son iguales, mire, son diferentes (muestra la colección hechas por él mismo).
–¿Cómo están los materiales?
Han subido porque aquí no hay industria, el material lo traen de Guatemala. Antes, una chapita valía 2.50 lempiras y ahora casi cien lempiras y habían cooperativas que le ayudaban a uno; hoy, no hay nada, estamos solos.
–¿Cómo se han portado los alcaldes con los zapateros?
Hasta ahora, solo Aldana (Jorge, actual alcalde) nos mandó hacer estas champitas (casitas de madera), gracias a él no nos mojamos y estamos cómodos. Los demás alcaldes solo fueron promesa.
–¿Como ha sido su vida con discapacidad?
Ha sido una vida sufrida, desde los nueve meses que me dio la polio, pero eso no me ha impedido trabajar, más bien me siento orgulloso de que todas las mañanas pueda trabajar, estoy casado y tengo hijos grandes, el menor tiene 27 años, ellos no quieren que trabaje, pero no quiero depender de nadie mientras tenga las fuerzas para trabajar.
–¿Cree que hay mucha discriminación?
Mire, hoy los niños no se burlan tanto como antes, cuando nos gritaban: “renco”, nos tiraban piedras y todo tipo de bullying en las escuelas, era terrible, pero a mí nunca me afectó porque siempre trabajé para no depender de nadie, aunque mi limitación física fue bastante dura, éramos seis hermanos, pobres, mi madre soltera, no pude seguir estudiando y me vine a calzar a los 16 años (comienza a llorar) pero con una madre virtuosa que nos enseñó lo más importante: no tocar lo ajeno.
¿Cómo fueron esos primeros días trabajando?
Llenos de felicidad para mí, porque antes la gente decía que nosotros éramos un estorbo y así piensan muchos actualmente, que somos una carga para la sociedad, pero yo les digo, que muchos nos ganamos el pan de cada día con orgullo, no somos una carga, somos un ejemplo para los demás, eso fue mi mejor regalo que me dejaran trabajar aquí. (llora).
–¿Ha pensado retirarse?
Lo he pensado porque ya no tengo fuerzas como antes, pero no tengo un patrimonio, ni una pensión.
–¿Recibe el bono del gobierno por discapacidad?
Hasta este año me salió, pero solo me dieron dos mil lempiras, supuestamente eran diez mil.
–¿Mensuales?
Al año, la verdad que a los políticos no les interesa el pueblo en general, menos los discapacitados, estamos olvidados y no tiene idea de las grandes filas bajo el sol para ese bono.
–¿Cómo pasó la pandemia del COVID-19?
Gracias a Dios, sobrevivimos, a mí me dio suavemente el COVID-19 y no tengo ninguna secuela, algunas semanas no trabajaba por seguridad.
–¿Cuál es su mayor felicidad?
Cuando un cliente llega y nos dice me acordé de ustedes que hacen este trabajo, eso me levanta los ánimos.
–¿Le gusta la política?
No, pienso que los políticos siempre buscan sus intereses y no los del pueblo.
ÉL ES…
José Jorge Andino Fonseca nació el 13 de enero 1966 en Tegucigalpa. Hizo el sexto grado en varias escuelas de la capital. A los nueve meses de nacido, sufrió poliomielitis y trabaja la zapatería desde los 12 años. Actualmente, tiene su puesto de reparación de calzado contiguo al Mercado San Miguel, del barrio Guanacaste. Está casado, tiene tres hijos y vive en la colonia La Sosa.