¿CON BUENOS OJOS?

“LA Florida –mensaje del buen amigo de “la misma luna”– va ya por la cuarta generación de inmigrantes cubanos; sería la segunda de haitianos”. “Los descendientes cubanos no son fluidos en español y los haitianos en sus barrios –donde no querés ir– ni pizca de inglés”. “En la mayoría de Estados que mencionas, también las segunda y tercera generación de inmigrantes de México y Centroamérica no hablan o no quieren hablar español; y en su mayoría, al interactuar con ellos, no les agrada que les hables en español”. “Es mi experiencia en Houston, Charlotte, NJ, Atlanta y la Florida”. “Te sugiero investigar más este tema, puede ser interesante”. La amiga de los DD. HH.: “El destino juega como quiere y en efecto todas esas ciudades están llenas de mexicanos. Tuve la oportunidad de manejar desde Miami, Florida hasta San Diego y después a Los Ángeles; fueron más de 6,300 millas”. “Estuve en Houston, Nuevo México, Las Cruces, y varias ciudades hasta llegar al destino final que eran Los Ángeles”. “Y en otro momento estuve en McAllen, Texas y Austin”. “Todo está lleno, tal como indican los porcentajes de este editorial”. “Y la influencia cultural es enorme”. “Se siente México en los Estados Unidos”.

“Uno creería, que quien ha logrado emigrar y establecerse en otro país desearía ser solidario con sus compatriotas u otros que, por iguales situaciones, llegaron después. Sin embargo, en muchos casos –obviamente que hay infinidad de excepciones– sucede que, los que ya están viviendo allí no ven con buenos ojos a los recién llegados. Alguna explicación podría ser tanto psicológica como social. Los ya establecidos, que han pasado por dificultades económicas, laborales o sociales, quizás en sus adentros temen ver reducidas las oportunidades; que se vaya a saturar el mercado laboral, más difícil el acceso a ciertos servicios, como el de la salud, por los nuevos flujos inmigratorios. Muchos que se han empeñado en integrarse a la sociedad y a adaptarse culturalmente, quizás buscan distanciarse de la ola entrante, (de los que todavía no aprenden el idioma, no se adaptan a los modales, o traen frescas sus costumbres originarias) por un sentimiento de miedo a la discriminación asociada. El síndrome “pull up the Ladder” (subir la escalera y retirarla después), influye como efecto de protección de un estatus alcanzado hacia la potencial rivalidad. La asimilación a la cultura local de los más antiguos versus a las presiones por no integrarse de los muy recientes, que los separa en bandos diferentes. La propensión a capearse del estigmatismo –hasta odioso en muchos casos– que a menudo enfrentan los inmigrantes. Quienes sufrieron discriminación al ubicarse en un nuevo destino pudiesen ir anidando prejuicios proyectados hacia otros como resultado de sus propias inseguridades y frustraciones. Algunos que, con esfuerzo y sacrificio, alcanzan éxito y reconocimiento social pudiesen abrigar un sentimiento interno de no querer verse opacados. La antigüedad desarrolla un espíritu de identidad y pertenencia y el interés de protegerla. Comunidades con una mezcla de inmigración heterogénea, produce rivalidades, entre las distintas procedencias.

(¿Y no sucede –tercia el Sisimite– que los viejos inmigrantes van adquiriendo una percepción de ser originarios del lugar a adonde llegaron, inconscientemente renegando a la procedencia de sus padres y de sus abuelos? -Algo hay de eso –interviene Winston– una sensación de originalidad frente a la “usurpación”, desestimando las nuevas olas inmigratorias como “invasiones” a algo que reclaman como propio. Sin embargo, las anotaciones anteriores solo pintan una parte del retrato. También hay un sentimiento de reconocimiento que el país fue poblado por inmigrantes y que la inmigración lejos de debilitarlos los fortalece. Como igual el sentimiento cristiano –en todo caso humano– de tender a otros la mano, más si se la tendieron, en su momento, a quien alguna vez estuvo en necesidad. -¿Y no crees que también haya una actitud de algunos de “me fui para otro lado porque quería mejorar mi vida, pero no al extremo de cambiar mis costumbres ni renegar de mis raíces”? -Claro –responde Winston– también ocurre, que “el monte nunca se bota”, dirían unos, o bien “la tierra nunca se deja, ni el valor con que se creció, se deja abandonado”, dirían otros).

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