Rafael Courtoisie o el oficio de la palabra

Rafael Courtoisie (Montevideo, Uruguay). Miembro correspondiente de la Real Academia Española, miembro de número de la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Integra el International Writing Program de la Universidad de Iowa.

Su libro Manual de poesía para resolver problemas domésticos (Editorial Animal Sospechoso, Barcelona) acaba de ser presentado en diez ciudades de España. Se presentará en Buenos Aires, México y Nueva York en el transcurso de este año.

Su libro Es un decir (editorial Lilliputienses, Cáceres) acaba de ser presentado en Madrid, Badajoz y Salamanca.

El libro de la desobediencia (novela, Nana Vizcacha, Madrid, 2019) y Antología inventada (Fondo de Cultura Económica, México, 2020; traducido y editado en inglés, francés, italiano, portugués y griego), son otros de sus títulos recientes.

Ha recibido, entre otros, el Premio Fundación Loewe de Poesía (España, Editorial Visor, jurado presidido por Octavio Paz), el Premio Internacional Casa de América (Madrid) de Poesía, el premio Jaime Gil de Biedma, el Premio Blas de Otero y fue finalista del Premio Lara de Novela (España); el Premio Plural (México, jurado presidido por Juan Gelman), el Premio Internacional Jaime Sabines (México); el Premio Internacional de Poesía José Lezama Lima (Cuba); el Premio Nacional de Poesía, el Premio Nacional de Narrativa, el Premio Bartolomé Hidalgo en poesía y en narrativa, el Premio Morosoli a la trayectoria (Uruguay), entre otros.

Parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués, rumano, uzbeco, bosnio y turco, entre otros idiomas.

A CUCHARADAS
Desde esta mañana peleo contra la sombra de mí, contra el dolor umbrío de mis adentros varios.

Los ojos se me nublaron temprano, como si fueran a largarse a llorar.

No los dejé: los hombres no lloran.

Pero desde Chile me llegaba la nube de polvillo, tristeza y llanto seco del volcán Calbuco, de su última erupción.

El volcán me decía, con su nube de polvo, que su tristeza era igual a mi tristeza.

Había una mujer en la brisa que traía la ceniza del Calbuco, una mujer en su voz de polvo, en su ayuno de calma, en su vacilación humana y en su señal de humo como la de un apache en la pradera de la muerte, escribiendo en el cielo la dolencia de un verso turbio.

Así que decidí juntar felicidad, sacarla de alguna parte.

Abrí la boca y me puse frente al sol, para que entrara con sus rayos dulces.

También leí y compré fruta: dentro de la fruta y en las palabras, en su pulpa, abunda la felicidad.

Mezclé el sentido de la fruta con la dulzura ácida de las palabras.

Puse todo en una olla sobre el fuego y revolví de vez en cuando con una cuchara de madera.

Junté la jalea en un frasco de vidrio. Cerré la tapa.

La dejé en la cocina hasta que se hizo de noche y se enfrió.

Ahora la devoro a cucharadas, feliz como un niño pobre.

El Calbuco se va a aquietar, le voy a cambiar el nombre.

Se va a llamar Monte Carmelo, Stella Maris o sencillamente Maravilla.

«Calbuco» me hace acordar a «Gólgota», y de ahí, tal vez, viene la tristeza que nos hizo lagrimear sílice y agua a cada uno. Al volcán y a mí.

Y de la mujer que iba en la brisa, nada.

No voy a decir nada.

¿Para qué?

TRES ASPECTOS DE LA LLUVIA
a) es múltiple, es legión, es una muchedumbre de gotas de agua, todas diferentes, cada una con su alma transparente y su tizne de hollín, su piedrita leve, su deformación o torcimiento, su rotación sobre sí misma al caer, su juntarse y separarse de otras gotas en el camino, según el viento, según la trayectoria, su partirse en dos, en tres, su volver a crecer desde la nada hasta ser parte del mar.

b) es una sola, como una mujer, como una cabellera de mujer que rodea la cara de la luz del día y hace crecer los deseos.

c) la lluvia recuerda la sed, la sed que se sintió ayer mismo, bajo el rayo de sol que parecía no iba a cesar jamás, y cesó, terminó de sentirse en la boca, en la garganta.

La palabra ahora es húmeda, húmeda para siempre, hasta que mañana, o más tarde, vuelva a salir el sol.

MEDITACIÓN
Pensar en nada es como cavar en la tierra de la mente un pozo y que del pozo surja agua y que de la palabra agua brote el deseo de beber.

En el lenguaje, el pozo de la palabra sed.

La palabra sed, dicha en voz alta, es la forma de un deseo.

La palabra sed se escribe con sol y se borra con agua.

Pensar en nada, la nada que existe dentro de la palabra sed, la nada que queda en el vaso nace cuando se bebe la última gota.

Desear es tener sed.

Pensar en nada.

Cavar un pozo.

El agua es la sombra de la sed y el cuerpo del dese

STRESS
El cansancio es una caricia rara.

Recuerda que uno lleva dentro un universo de órganos, músculos, linfa, sangre y tendones: estrellas, asteroides, planetas y lunas fatigados de vivir, de andar por la noche del cuerpo, de atravesar un cielo que respira.

El cansancio es una caricia invisible, por dentro, dada por la mano de una diosa o de un ángel distraído.

SIETE CUARENTA Y CINCO AM
Un hombre avanza en bicicleta bajo la lluvia de febrero.

Es temprano, un gnomo se apropió de los lentes de un gigante abatido -de la armadura metálica, sin cristales- y los puso a rodar.

Un hombre minúsculo en la vastedad de la calle, en equilibrio imposible sobre dos ruedas y un manubrio.

Un ingenio de siglos atrás, una máquina de tracción a sangre que aprovecha toda la energía del universo para impulsarse, sobre todo en las bajadas, y que se vale de la fuerza de las pantorrillas del homúnculo, alternativamente, izquierda y derecha, en las cuestas, para alcanzar, una y otra vez, la cima imposible, la ilusión de haber llegado.

La cadena transmite la fuerza de los pies, de los pedales, hacia la rueda trasera que gira como un mundo en torno a un sol que no se ve y que brilla innombrable mientras una gota rueda hacia abajo por la pendiente de la mejilla, por la cara del hombre.

El ciclista se fatiga, suda, jadea, se para en los pedales, se inclina.

En cada gota de transpiración, un mar sin nombre se agrega al planeta, un mar salado y diminuto, inmenso, se suma a la manada de la lluvia y la alimenta.

FRAGMENTOS DE LA NOCHE
a) la noche siempre es una parte de algo mayor, algo que no termina con el día y que es más que la oscuridad y el sueño: la noche es la fruta repetida de un árbol incansable, alto y eterno, es la fruta cuyo número infinito hizo temer a Blas Pascal cuando desarrollaba la Teoría Combinatoria y perdía una y otra vez jugando a los dados, apostando, llorando a mares ante el pábilo de una vela que solamente estaba encendida en su mente, puesto que Pascal, el gran matemático y hombre de fe, lloraba de noche, sumido en la sombra, cuando creía que nadie podía verlo, cada vez que perdía en el juego.

b) Jorge Luis Borges es responsable de uno de los títulos más sencillos y hermosos que hayan sido concebidos: Historia de la noche.

Pero la belleza no quita lo falaz: la noche no tiene comienzo ni fin, la noche no tiene historia. La noche no ocurre en el tiempo sino en el cuerpo del espacio, un cuerpo extendido, completamente vivo y plegado sobre sí mismo, de modo que cuando se toca un extremo se está tocando exactamente el opuesto, y cuando parece que va a amanecer es otra noche la que está surgiendo, una noche hecha de carne de luz.

La noche no acaba nunca y nunca empieza.

Qué maravilla el texto de Borges, para leer con los ojos, cuando atardece.

c) la noche, entre los metales, se parece al hierro, por lo duro de su oscuridad y porque el agua y el viento la muerden aquí y allá, le comen el cuerpo, la rasgan con los dientes caninos del óxido, la locura y la soledad.

Pero la noche resiste. Sus partes aguantan.

La noche, entre los animales es el búho y el gato y el cadáver de una quimera griega, momificada y exhibida en un salón secundario del British Museum.

La noche, entre los hombres vivos, se llama Juan, como el Bautista, como el apóstol y como el poeta Juancito Gelman, quien acaba de entrar en la noche para no morir.

La noche, entre los hombres muertos, se llama Isidore Ducasse, pero está vivo.

La noche, entre los muertos, se llama Marcel Proust, pero su busca del tiempo perdido lo hace respirar a oscuras.

La noche, entre las herramientas, es la maza de un martillo que no termina de golpear, y golpear y golpear.

La noche, entre las mujeres vivas y muertas se llama Virginia Woolf.

d) Mírate los dedos de la mano izquierda: son parte de la noche.

Claro: los de la derecha también, un poco menos.

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