SI mal no recordamos la hilera de artículos recientes, fue originada por el lamento del gobierno mexicano, sufriendo “en carne propia”, el trato despiadado a los indígenas durante la conquista acaecida unos cinco siglos atrás. Y como una cosa lleva a la otra, fuimos a dar con el territorio –más de la mitad– que sus vecinos del norte les quitaron, resultado de la expansión territorial de aquel país, inspirada en la ideología del “Destino Manifiesto”, del presidente Polk que obtuvo, en la guerra con su vecino del sur, ni más ni menos, la anexión de Texas y nuevos territorios, de lo que hoy es una buena parte los Estados Unidos. Solo que, ni con toda esa adquisición –las ironías de la historia–el público norteamericano, en su inmensa mayoría, sabe quién era. Así las cosas, al ver la mención en una de las cláusulas del Tratado de Guadalupe Hidalgo, que obliga a “los Estados Unidos resguardar sus fronteras para evitar que los indios bravos de esa región incursionen sobre el territorio mexicano” (o lo que quedó de él después que perdieron la mitad), por frívola curiosidad consultamos a qué “indios arrechos” aluden.
Resulta que se refieren a “las tribus nómadas de los apaches que incursionaban con frecuencia al territorio mexicano, atacando asentamientos y saqueando sus recursos, y a las feroces tribus guerreras de los comanches, de las Grandes Llanuras, que dominaban vastas áreas del sur de Estados Unidos, y sus incursiones no solo eran temidas por los colonos estadounidenses, sino también por las comunidades mexicanas del norte”. Durante muchos años, México había tenido que calvarear conteniendo a estas tribus”, y una vez firmado el tratado, después de haber cedido lo más –del lobo un pelo–“esperaba que los Estados Unidos, con mayores recursos, pudieran hacerlo”. Solo que, si de incursiones se trata –pese a que el tratado únicamente abordó el peligro de allá para acá–“también había “indios irritables” viviendo en territorio mexicano, que cruzaban hacia el norte, infundiendo pánico en tierras ajenas”. “Los apaches vivían a ambos lados de la frontera y desde sus comunidades, en Sonora Y Chihuahua, penetraban hacia el otro lado, sin respetar fronteras”. “Las incursiones afectaban tanto a rancheros estadounidenses como a asentamientos mexicanos, ocasionando enfrentamientos con las autoridades de ambos países”. “Desde su base en Sierra Madre, los chiricahuas (una rama de los apaches), acaudillados por famosos jefes como Cochise y Gerónimo”, atacaban a diestra y siniestra. “Al norte de México, en Coahuila, habitaban los kikapúes, que cruzaban impunemente las fronteras, molestos tanto con las expansiones estadounidenses como mexicanas” en sus dominios.
Que a nadie sorprenda que “los yaquis, originarios del Estado de Sonora, cuando sentían presión sobre sus territorios, se enfrentaban a las autoridades mexicanas, pero cruzaban la frontera en busca de refugio”. Estaban “los pápagos (tohono O’odham), tribus de agricultores” (proviene del ópata –lengua extinta de la familia yuto-nahua–, que significa personas que comen frijoles) que, en tiempos de escasez –a eso obliga la sobrevivencia– no les quedaba de otras que ir buscar el sustento para su subsistencia. (Ajá –tercia el Sisimite– ¿y quién habla hoy –lamentando, reclamando o queriendo compensar a sus descendientes– por todo el atropello que sufrieron todas estas tribus indígenas? -Interesante –interviene Winston– que años más tarde, hubo cooperación entre autoridades mexicanas y estadounidenses, intentando sofocar –sabrá Dios ¿de qué se defendían?– la ferocidad de estos “indios bravos”).