“JAJAJAJA –el viejo amigo fundador del colectivo– no oía eso de “parque” desde que tenía 10 años y mi papá me llevaba de cacería de conejos al municipio de Flores en Comayagua”. “Me daba una caja de parque de 24 unidades y una escopeta de un tiro y tenía que llevar por lo menos 10 conejos”. Alusivo a este párrafo del editorial: Pedro María Anaya, encabezando la defensa en Churubusco, se rindió, (se les habían acabado las balas y peleaban a punta de bayonetas), con esta célebre frase: “Si tuviéramos parque (municiones) no estarían ustedes aquí”. Por lo dicho en recientes editoriales, a nadie se le vaya a ocurrir que en esta columna de opinión no haya otra cosa más que admiración por el pueblo mexicano. Una cosa son las diferencias de criterio, que a veces tengamos, con las actuaciones gubernamentales –que es cosa distinta al deseo colectivo de su gente– y otra el concepto hacia el país o a su pueblo. Valga, entonces, la distinción que suele utilizarse, para separar una cosa de la otra.
La guerra esa –objeto de comentarios anteriores– que culminó con el Tratado Guadalupe Hidalgo, en la que México perdió un 55% de su territorio, fue escenario –haciendo a un lado la humillante cesión del territorio mexicano– de varios actos de heroísmo, que enaltece a los pueblos que enfrentaron ese conflicto armado. Ya relatamos uno de esos episodios. Cuando las tropas mexicanas resistieron con fiera valentía, en el Convento de Churubusco, la embestida del ejército rival encabezada por el general estadounidense Twiggs. Peleaban a punta de bayoneta, ya que se habían quedado sin municiones hasta que finalmente fueron capturados. Al momento de su rendición el general Pedro María Anaya, que comandaba los escuadrones mexicanos, soltó la frase lapidaria: “Si tuviéramos parque, no estarían ustedes aquí”. Aunque la fecha más conmemorada es la del 13 de septiembre de 1847, que quedó grabada en bronce en los anales históricos como la batalla de Los Niños Héroes de Chapultepec. Seis jóvenes cadetes del Colegio Militar resistieron hasta la inmolación contra las superiores fuerzas militares estadounidenses. El cadete Juan Escutia, en un acto de ejemplarizante martirio, se arropó con la bandera mexicana antes de arrojarse del castillo para evitar que su bandera cayese en manos enemigas. Quiso la fatalidad que México perdiese la Batalla de la Angostura (Buena Vista) peleada entre el 22 y 23 de febrero de 1847. El general Antonio López Santa Anna, encabezó la aguerrida resistencia con inferioridad numérica y de armamento. Casi lograron derrotar al ejército norteamericano comandado por el general Zachary Taylor. Santa Anna optó por retirarse por falta de suministros, pero la defensa, en condiciones adversas, queda como reliquia del valor de los mexicanos. En general Pedro Ampudia resistió al mando de su tropa en la guarnición de Monterrey. El objetivo militar cayó en manos del ejército estadounidense, pero fue tan feroz la defensa montada por los mexicanos, que obligaron a los contrincantes a negociar una tregua.
(Sabías –tercia el Sisimite– ¿qué México ha levantado una memoria histórica –efigies, monumentos, memoriales– para honrar el sacrificio y la tenacidad de sus mártires caídos en esas batallas? -Sí –responde Winston– el monumento a los Niños Héroes, que consta de seis columnas de mármol blanco, cada uno representando a los cadetes glorificados, y una estatua de un ángel, el altar de la Patria, ubicado en la entrada del Bosque de Chapultepec. -El general Anaya –agrega el Sisimite– tiene el suyo en el Museo Nacional de las Intervenciones. El museo –con las exposiciones homenajeando heroicos episodios de los mexicanos en las intervenciones extranjeras– está ubicado en el Convento de Churubusco. -En Monterey, Nuevo León –apunta Winston– el Monumento a los Defensores de la Patria y un obelisco a los héroes caídos).