ESA lamentación del gobierno mexicano ha inducido a abordar cuestiones colaterales y efectos periféricos. Una acuciosa lectora envía un recorte de un periódico mexicano de la época: (Titular) “Se firmó la paz; México pierde la mitad de su territorio”. “Villa de Guadalupe, Hidalgo, 3 de enero 1848. “Ayer a las seis de la tarde se firmaron en esta población los tratados de paz entre los representantes de México, José Bernardo Couto, Luis G. Cuevas y Miguel Atristain y Nicolás Trist de los Estados Unidos, que ponen fin al estado de guerra entre ambos países”. (Adelante lee:) “Los mexicanos que quedaron en los territorios perdidos, conservarán sus derechos políticos durante un año y podrán practicar cualquier religión”. “Los Estados Unidos se comprometen a resguardar sus fronteras para evitar que los indios bravos de esa región incursionen sobre territorio mexicano”. (¿”Indios bravos”? –se asusta el Sisimite– ¿a qué indígenas se refieren?).
En el Tratado “Guadalupe Hidalgo”, “México cedió a los Estados Unidos el 55 por ciento de su territorio, incluidos los actuales estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, la mayor parte de Arizona y Colorado, y partes de Oklahoma, Kansas y Wyoming. México renunció a todos los derechos sobre Texas y reconoció el río Grande como la frontera sur con los Estados Unidos”. “El tratado fue firmado en Guadalupe Hidalgo, una ciudad a la que el gobierno mexicano había huido con el avance de las fuerzas estadounidenses”. El presidente Polk lo remitió al Senado, y cuando fue ratificado a regañadientes (por una votación de 34 a 14) el 10 de marzo de 1848, eliminó el Artículo X que garantizaba la protección de las concesiones de tierras mexicanas”. “El gobierno de Estados Unidos pagó a México 15 millones de dólares «en consideración a la extensión adquirida por las fronteras de los Estados Unidos» y acordó pagar a los ciudadanos estadounidenses las deudas que les debía el gobierno mexicano”. (Fin del relato). Lo insólito es que nadie, o casi nadie, da crédito –ni siquiera lo recuerdan– a ese presidente James K. Polk por haberle quitado a México la mitad de su territorio y ensanchar la extensión territorial de lo que hoy es una buena parte de los Estados Unidos. ¿Quién recuerda –si es que saben quiénes fueron– o al día de hoy concede mérito alguno, a los generales estadounidenses que ganaron la guerra?: “Zachary Taylor: Lideró las primeras campañas en el norte de México, obteniendo victorias decisivas en la batalla de Monterrey y la batalla de Buena Vista”. Winfield Scott –su asalto a Veracruz y la victoria en la batalla de Chapultepec– quien comandó la invasión que llegó hasta la Ciudad de México”. “Stephen W. Kearny quien encabezó la expedición hacia California y participó en la ocupación de Nuevo México”.
Del lado de México José Joaquín Herrera –que cayó en un decir Jesús– era el presidente cuando comenzó la guerra. Lo sucedieron Mariano Paredes Arrillaga, Valentín Gómez Farías (todos solemnemente olvidados) y Antonio López de Santa Ana, que en ese caótico período varias veces asumió la presidencia. (Este último es el único que no pasó a la lista de los ilustres desconocidos). Y de lado de México algunos de los generales derrotados. “Mariano Arista quien fue vencido en Palo Alto y Resaca de la Palma, en la primera fase del conflicto”. “Gabriel Valencia, derrotado en la batalla de Contreras durante la defensa de la Ciudad de México y Pedro María Anaya, encabezando la defensa en Churubusco, se rindió, (se les habían acabado las balas y peleaban a punta de bayonetas), con esta célebre frase: “Si tuviéramos parque (municiones) no estarían ustedes aquí”. Antonio López de Santa Anna quien regresó del exilio a liderar la defensa mexicana, pero fue derrotado en las batallas decisivas incluyendo la de Buena Vista”. (¿Sabías –tercia el Sisimite– que el tratado contemplaba una cláusula expresando que “si en el futuro alguno de los dos países estuviera en desacuerdo con lo pactado hoy, podrá recurrir a un arbitraje”? -Pues –interviene Winston– los mexicanos no recurrieron a ningún arbitraje, más bien el tratado fue ratificado por los congresos de ambos países. -Entonces –vuelve el Sisimite– si se trata de arrechura con los imperios, ¿qué explicación hay, de la tirria solo con el de la conquista y no el que se quedó con la mitad del territorio? -¿Será –ironiza Winston– que la corona del otro lado del charco es inofensiva (se quedaron sin parque…) y este que tienen de vecinos allí arriba sigue siendo peligroso?).