EL “Día de la Hispanidad” la Sheinbaum, volvió a la carga exigiendo una disculpa a la corona española “por los abusos cometidos durante la conquista”, arguyendo –para demostrar a propios y a extraños que no es “iletrada”– “que este día no debe ser considerado como el “Día de la Raza”, ya que las razas no existen en términos biológicos y somos una sola especie”. Como refuerzo a su reclamo presentó un video mostrando ejemplos de disculpas públicas ofrecidas por ciertos países y entidades –incluyendo las contriciones papales– por agravios cometidos en el pasado contra los pueblos. Convengamos, entonces, que hay formas distintas de examinar los hechos pasados ocurridos, incluso la de invocar la prerrogativa del “revisionismo histórico victimista”. Entonces si de pedir perdón se trata, dizque para restañar heridas en aras de la reconciliación, nada costaría a tantísimos países –y así evitar que sus gobiernos sean excluidos de ninguna toma de posesión– asumir su “responsabilidad histórica” por el grave daño perpetrado, durante todos sus conflictos violentos internos –a lo largo y ancho del planeta– como de unos y de otros países, en auténtico gesto de atrición y arrepentimiento, de confesar todos sus pecados, pedir perdón y concederlo, por las incontables masacres y genocidios consumados durante todas las conflagraciones mundiales que cobraron infinidad de vidas de inocentes.
Dicho lo anterior, lo que cuesta entender es la segunda razón del enojo con la corona española, que ameritó el desaire de negarle invitación a la toma de posesión. Ello sería, el “irrespeto” de no haber respondido a la misiva de López Obrador. Y es esto precisamente, lo difícil de razonar, ¿por qué sí invitaron al inquilino de la Casa Blanca, pese a que el estadounidense no se dignó contestar ninguna de las cartas recientes enviadas por AMLO pidiendo explicaciones, y las excusas pertinentes, por la descarada “injerencia norteamericana, en dos asuntos lesivos a los intereses internos mexicanos, aparte de violatorios al territorio y a la soberanía nacional? Ahora bien, a propósito de lo anterior y de otros irritantes agravios de los imperios, sin ánimo de dar pábulo al absurdo. Hay otra paradoja. México perdió gran parte de su territorio a manos de los Estados Unidos en el siglo XIX, tras la guerra de 1846-1848, que culminó con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. “Este episodio ha sido objeto de análisis crítico, especialmente en relación con las dinámicas coloniales y expansionistas”. “La expansión estadounidense en esa época se justificó bajo la doctrina del Destino Manifiesto, una ideología que proclamaba que los EE. UU. estaban destinados a expandirse hacia el oeste –como un “derecho divino”– sin importar las implicaciones para México y las poblaciones indígenas que habitaban esos territorios”. ¿No ameritaría lo anterior, por la misma dignidad propia –si de pedir excusas a los imperios se trata– exigir una disculpa por ese otro caso?
(Habría que recordar –tercia el Sisimite– que Texas –en aquel entonces formaba parte del México independiente– declaró su independencia en 1836, y aunque México no reconoció esa independencia, los texanos establecieron una república independiente que, en 1845, fue anexada por Estados Unidos. -¿Te acordás –interviene Winston– qué en 1846, tras disputas en la frontera del río Grande, estalló la guerra entre ambos países? “Con un ejército bien armado y organizado los Estados Unidos avanzaron rápidamente y ocuparon importantes ciudades como Monterrey, Veracruz y la Ciudad de México”. “La guerra terminó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en febrero de 1848”. “México cedió –más de la mitad de su territorio– los actuales estados de California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México, Texas y partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma”. -Pero Estados Unidos –interrumpe el Sisimite– pagó varios millones de dólares, “(más o menos $15 millones), como compensación asumiendo también las reclamaciones de ciudadanos estadounidenses contra México”. -Jue –suspira Winston– qué barato. Así se consolidó la hegemonía del imperio norteamericano. ¿Y la cesión de todo ese territorio no tuvo un impacto profundo en las poblaciones indígenas y mexicanas que vivían en esas áreas?).