Aún recuerdo cuando en Tegucigalpa teníamos presencia de una Policía de Tránsito. Cuando uno de estos sonaba su silbato, la mayoría de los infractores nos deteníamos, a pesar de que dicho oficial no tenía manera de seguir al infractor.
Ahora reina e impera el desorden. Los conductores manejan como alma que se las lleva el diablo; no hay cortesía para los peatones. Caminar por las calles requiere talento para sortear todo tipo de peligros: automóviles sobre la acera, aceras inexistentes u ocupadas con ventas callejeras. Por ahí vemos a algunos empleados municipales tratando de apoyar a los peatones en algunos cruces… pero carecen de autoridad y capacitación y toda su investidura es un chaleco amarillo.
Los conductores de motocicletas asumen que las leyes de tránsito no se aplican a ellos, contribuyendo al desorden y a las tragedias viales donde jóvenes vidas se truncan por su propia falta de precaución. Los conductores necesitamos pescuezo de jirafa y ojos de canecho porque nunca se sabe por dónde aparecerá una moto.
En la repartición de responsabilidad por el caos vial, el transporte público se lleva la mayor parte del pastel. En su carrera por captar pasajeros, rompen todas las reglas de tránsito, civismo y urbanidad.
Pero lo anterior ruega la pregunta ¿qué pasó con los agentes de tránsito? Brillan por su ausencia en las calles. Al acudir a las oficinas de Tránsito, vemos decenas de oficiales pavoneándose armados por los pasillos o comandando escritorios. No necesitamos oficiales armados detrás de un escritorio cuando su presencia urge en las calles, manteniendo el orden y proveyendo seguridad y auxilio a los ciudadanos.
Se dice que en el primer mundo, los ciudadanos son más ordenados al conducir que nosotros en el tercer mundo. Pues déjenme poner esa creencia en su lugar. La diferencia es que cuando alguien allá comete una infracción, el castigo es doloroso para el bolsillo, conlleva pérdida de licencia, encarcelamiento o todas las anteriores.
¿Por qué no hay presencia de policías de tránsito? Siempre habrá argumentos que alegan que fue decisión de fulano o zutano, pero al final, los afectados somos los ciudadanos que tenemos que vivir a diario con el caos.
Exigimos el regreso de la Policía de Tránsito en las calles de nuestras ciudades. Quizá con la presencia de agentes de policía capacitados podemos detener el espiral descendente que es el tráfico urbano en el país.
Rafael Calderón
[email protected]