YA que el amable público para lo menos que tiene tiempo, durante este prolongado asueto, sería pensar en Morazán –irrisorio llamar la atención de una sociedad entregada a la frivolidad, que poco o nada lee, ensayando remembranzas en conmemoración suya– pasamos al espacio interactivo. “Hermoso editorial presidente –mensaje de una magistrada amiga– el tiempo, sin duda, es el regalo más preciado que podemos recibir; y pensar que hoy día lo valoramos menos perdiéndolo en lo que no edifica”. “Sabe, por norma, deberíamos practicar el escuchar a los demás por muy fuertes que sean nuestras ocupaciones”. “Mientras leía el editorial vino a mi mente una anécdota que viví y que paso a compartirla”. “Me unía con un prominente abogado que llegó a ocupar un alto cargo, una respetuosa amistad; por norma nos encontrábamos para tomar café una vez a la semana”. “Al asumir el cargo ya casi no lo veía ni hablábamos ni siquiera para decirnos un buen día”. “Recuerdo haberlo encrespado en una ocasión que, por casualidad, lo encontré en un evento; le dije un par de verdades para mí que fueron suficientes para romper la distancia”. “A partir de ahí los encuentros para el café volvieron a ser práctica en nuestra amistad hasta los últimos días que él vivió”.
La exmagistrada amiga, a propósito de los últimos editoriales, envía al colectivo esta pieza de la poetisa alemana Elli Michler, sobreviviente de los horrores de la pesadilla nazi: “Cuando llegue el momento de poner en marcha los buenos propósitos que imaginamos y cuando nos toque volver a la vida real, os (y nos deseamos) a todos y todas tiempo:/ No te deseo un regalo cualquiera,/ te deseo aquello que la mayoría no tiene,/ te deseo tiempo,/ para reír y divertirte,/ si lo usas adecuadamente podrás obtener de él lo que quieras./ Te deseo tiempo para tu quehacer y tu pensar/ no solo para ti mismo sino también para dedicárselo a los demás./ Te deseo tiempo no para apurarte y andar con prisas, sino para que siempre estés contento./ Te deseo tiempo, no solo para que transcurra, sino para que te quede tiempo para asombrarte y tiempo para tener confianza y no solo para que lo veas en el reloj./ Te deseo tiempo para que toques las estrellas y tiempo para crecer, para madurar. Para ser tú./ Te deseo tiempo, para tener esperanza otra vez y para amar, no tiene sentido añorar./ Te deseo tiempo para que te encuentres contigo misma/o, para vivir cada día, cada hora, cada minuto como un regalo./ También te deseo tiempo para perdonar y aceptar./ Te deseo de corazón que tengas tiempo, tiempo para la vida y para tu vida”.
Otra lectora envía unos versos de su inspiración: “Paisaje en sepia: Las palabras viajan por el tiempo/ en algún lugar las escuchó/ como nubes empujadas por el azul infinito/ pero como la brisa se funde en la tierra/ así sembró su semilla el pensamiento./ No había abierto sus alas/ no conocía más que esa vida en capullo/ cuando voló la mariposa de flor en flor/ al conocer al príncipe libertador./ El tiempo transcurre, las almas mueren/ es intangible esa destrucción/ pero también es lenta y segura/ como la injusticia, el abandono y la desolación./ Unos ríen, otros lloran, pero nadie vive, solo sobreviven/ mientras ella sepulta a su muerto en fosa común/ mas no se avergüenza ni ella ni el muerto:/ es la vida que le tocó vivir./ Y si me vuelves a ver, alégrate/ como cuando danzan los pinos;/ dame calor como cuando llega el invierno/ no te vayas, no sin mi amor”. Lo anterior, alusivo a la conversación de cierre: (¿Y hay moraleja –tercia el Sisimite– en este cuento? -Pues ha de haber –ironiza Winston–hay que preguntarle a la nena de los cuentos. De momento, sería que el tiempo es el don más preciado que tenemos, y que la vida, desapercibida, se escapa de las manos, ya que, en esta despavorida prisa por llegar, sepa Judas ¿a dónde y cuándo? quién sabe si lleguemos).